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León

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Antes de la crisis, austeridad era una palabra que sólo asociábamos a gente circunspecta y al arte románico. No había caído en desuso, pero casi. En el ámbito de la economía doméstica se estilaban más expresiones del tipo: «¡Se va a enterar mi cuñado con el pedazo adosado que me voy a comprar con este préstamo a ciento setenta años!». Y en el ámbito de la economía pública el dinero era una abstracción, algo así como el sexo de los ángeles, se daba por hecho de que estaba ahí, por alguna parte, debajo del ombligo o debajo del colchón. Eso fue antes de que el capitalismo se fugase con otra. Bienvenidas sean todas las gestiones austeras, pero ha de haber una medida intermedia entre el desenfreno gastón y la abstinencia presupuestaria. Tampoco es cuestión de volvernos tan austeros, pero tan austeros, que no hagamos más el amor para así ahorrar energía. Extinguirse como raza tampoco es la solución. Bromas aparte, además hay que fomentar el consumo y la esperanza en que saldremos de ésta. Siempre he creído que gestionar bien no consiste en tener los bolígrafos bajo llave, sino en que cada cual tenga uno y que además escriba. No hay mejor austeridad que el sentido común, ese que dicen que es el menos común de los sentidos.

Esta crisis nos ha metido el temor a terminar comiéndonos la propia bota, como hacía Charlot en aquella escena de La quimera del oro. La crisis paraliza la actividad de la economía, pero el miedo

-"tan comprensible y humano-" ralentiza cualquier solución, pues crea monstruos imaginarios, tan fieros como los reales, y estos no son pocos. Por ello, las instituciones públicas han de conseguir que la anunciada austeridad no conlleve frenar bruscamente sus actividades, sino hacer más con menos, sin reducir la calidad. Difícil, pero no imposible. Gestionar es crear. Viva la imaginación.

Una austeridad dinámica, que motive a los emprendedores, que vaya más allá del mero no hacer para no gastar, pues la quietud excesiva termina saliendo cara. Sí, más con menos. Nuestros padres supieron hacerlo. El alcalde Venancio Cascales, personaje imaginario pero de aquí, se jacta ahora de ser tan austero que su ayuntamiento todavía le debe una factura a Los Chiripitifláuticos. Ya le vale.