LA VELETA
Social liberal
R ubalcaba se definió en su discurso de arranque de la candidatura a la presidencia del Gobierno, como «un social liberal». Si se hurga sin prejuicios en los veintiséis folios del discurso con cierta minuciosidad, se llegará a la conclusión que ya obtuvo Emilio Ontiveros en un primer análisis titulado «acentos diferenciales», en el que pasaba revista a la oferta del candidato en la que éste ha introducido «componentes que signifiquen una menor desigual distribución de los efectos de la crisis y una corrección de inercias poco favorables en la política económica»: «más que izquierdistas -”escribía Ontiveros-”, esos acentos diferenciales que Rubalcaba ha puesto en su discurso de aceptación -que no todavía en su programa económico- son más propios de una cierta pretensión regeneracionista»
En efecto, el propio entorno de Rubalcaba ha filtrado algunos matices al discurso que son iluminadores y que han aparecido los medios a modo de acotaciones: el candidato no es un socialdemócrata a la vieja usanza, ni un colectivista que haya bebido en las fuentes anacrónicas del marxismo, ni un intervencionista dispuesto a reclamar un Estado gigantesco y opresivo, sino un progresista que quiere enfatizar con realismo el principio de igualdad de oportunidades en el origen, que es la base de la equidad. Al respecto de todo ello, los colaboradores del candidato citan al catedrático de Ciencia Política Enrique Guerrero, amigo de Rubalcaba, quien a su vez menciona al filósofo alemán Jurgen Habermas, el impulsor del concepto de -˜patriotismo constitucional-™: «Las democracias se legitiman por resultados o por valores. Si hay resultados, los valores importan muy poco, pero cuando no hay resultados, los valores son la clave». Evidentemente, la demanda de equidad del centro-izquierda sociológico era escasa cuando nos sentíamos en plena opulencia, pero ha arreciado comprensiblemente cuando la crisis ha ido generando marginalidad, desintegración y necesidad
Rubalcaba ha mencionado simbólicamente la recuperación del impuesto sobre el patrimonio, la lucha contra los paraísos fiscales, la implantación a escala europea (primero) de la tasa Tobin, un gravamen sobre los beneficios de la banca para crear empleo pero no va a estatalizar en mayor medida la educación ni la sanidad -”aunque sí haga causa de la preservación cualitativa y cuantitativa de los grandes servicios públicos-”, ni a emprender una recentralización sectaria, ni a enfatizar ciegamente lo público en detrimento de lo privado. Simplemente marca pautas éticas nuevas y viejas, no sólo a manera de guiño al movimiento del 15-M sino también para reconfortar a la sociedad civil, que hoy se siente zarandeada por esas fuerzas esotéricas a las que llamamos «los mercados», que parecen empeñadas en arruinar nuestro estado de bienestar y en eliminar los últimos resquicios de principios de equidad y de justicia social que parecieron inamovibles desde la fundación de la democracia.