TRIBUNA
El laberinto mágico
Un personaje de Campo de sangre, una de las novelas de Max Aub del llamado ciclo El laberinto mágico, afirma que «los españoles somos grandes cuando somos cien; más, nos entrematamos». Como esas comunidades de vecinos que cuanto más numerosas son más ingobernables y más andan a la gresca. Cambian los tiempos, cambian las voluntades, y todo está cubierto de mudanza, que dijo el ínclito Luís de Camµes. Al día de hoy, después de sesenta años de esa conclusión numérica un mucho cáustica de Aub escrita a rescoldo de una contienda fratricida, España ha elevado sus cifras en lo positivo, desde la altura corporal a la esperanza de vida de sus habitantes; y disminuido en lo negativo: analfabetismo, emigración, mendicidad, mortalidad, visceralidad, etc. No obstante, teniendo en cuenta los espectaculares éxitos deportivos españoles en estos últimos años (tenis, baloncesto, balonmano, ciclismo, motorismo, automovilismo-¦), sobre todo, del deporte de masas por excelencia, opulencia y trascendencia que es el fútbol, yo rebajaría cardinalmente el aserto del personaje de Aub. Los españoles somos grandes si no pasamos de once; más, nos entreodiamos, entreenvidiamos o entrepeleamos. La diferencia entre esto y aquello, además de las cifras, es que ahora, más civilizados, procuramos no hacer sangre. Esa sangre que se derramó a raudales en una guerra «incivil» y repugnante, de la que se cumple ahora el setenta y cinco aniversario de su comienzo.
Dejo de lado las novelas sobre la guerra del 36 escrita por foráneos (Heminhgway, Malraux, Bernanos, Amado, etcétera) y otro tanto por españoles como Barea, Sender, Gironella, Foxá, Masip, Serrano Poncela, Andujar, Herrera Pétere, Ayala, Alfaro, etc., para centrarme exclusivamente en Max Aub (1903-1972), por parecerme quien de una manera más certera y abundante a encarado toda la complejidad social, política e ideológica de esa etapa crucial de nuestra historia. Pero antes de entrar en el meollo de su obra esencialmente guerracivilista, hay algo que no puede dejar de sorprender en la lectura de Max Aub: que escriba en un español admirable, habiendo nacido en París, fruto de alemán y francesa, y llegado a España no antes de haber cumplido once años y sin formación ulterior universitaria. Y que lo haga con tal primor en el discurso, tanto en la riqueza y ajustado orden selectivo como en el combinativo de las palabras, que le coloca en un lugar destacado de nuestras letras contemporáneas. Portento aún más llamativo cuando uno ha comprobado hartas veces las dificultades de muchos universitarios aborígenes para tratar de expresar, siquiera torpemente, simples ideas. O algo funcionaba superior entonces que ahora falla estrepitosamente, o estamos ante un caso excepcional, dicho sea de paso y en atención a quien corresponda.
Aub continúa la gran tradición realista de la novela española más allá de donde la habían dejado Galdós y Baroja, para trazar el camino de una novelística con un estilo personalísimo de nuevo realismo. Demuestra Aub en sus novelas sobre la guerra civil ser autor extraordinariamente dotado para la expresión sobria y directa y, al mismo tiempo, como ya observó Eugenio de Nora, de un conceptismo barroco centrado en la agudeza, que apunta al Valle Inclán último; y un virtuosismo culterano, complaciente y exuberante, en la creación de lenguaje, que me atrevo a relacionar, como ejemplo más cercano en el espacio e inmediato en el tiempo, con el de, mutatis mutandis, nuestro Pedro Trapiello. Respecto a los recursos propiamente novelescos, Aub utiliza todos los recursos del género: la introspección psicológica de los personajes tanto reales como ficticios; la descripción lenta y minuciosa; el análisis onírico de la vida subconsciente; la observación pormenorizada y a la vez prolija de lo real; y la inserción de moralidades y disquisiciones. A estas cualidades de primor estilístico y dominio del arte narrativo, hay que añadir la sinceridad e imparcialidad del artista que sabe desligarse de sus convicciones políticas para atender exclusivamente a la verdad. Si bien, el mayor respeto a la «verdad objetiva» no puede impedir una actitud favorable o adversa frente a personas, hechos e ideas determinadas. El propio Aub reconoce el «compromiso consciente» como característica de la novela moderna, de rechazo a las tendencias deshumanizadoras del arte y el convencimiento de que toda literatura debe ser «comprometida» o «responsable». Fiel a la época que le tocó vivir, no trata de soslayarla con artilugios y escapismos surrealistas, privando a la obra de toda palpitación viva y negándola cualquier engarce con el tiempo, en el empeño de acicalar bellezas para la «eternidad». Esa fidelidad a la época, no implica en Aub necesariamente aceptación, sino, más bien, discusión y debate, pero partiendo de su presencia, de su reconocimiento.
Si bien Max Aub resulta un autor polifacético, disperso y abundante en sus escritos (en Méjico le llamaban Max Aún), sabido es que su gran ciclo novelesco gira en torno a la guerra civil. Bajo la denominación común de «Laberinto mágico» integran la serie de los «campos»: Campo cerrado (1943), Campo abierto (1951), Campo de sangre (1945), Campo del moro (1963), Campo de los almendros (1968). Estos volúmenes se refieren al proceso de evolución de la guerra y van novelando, sucesivamente, el comienzo del conflicto, el desarrollo de la guerra entre 1936 y 1938, los últimos días en el Madrid republicano y el fin de la II República en Levante. Completa la serie Campo francés (1965), referida al exilio. Vista la guerra con un sentido épico, ni siquiera el apasionamiento del autor en algunos de los libros logra quitarles el valor literario y profundo dramatismo. Su permanente enfoque ético; la agudeza del autor para captar la complejidad de un fenómeno nada unívoco; la cantidad de documentación viva y real; la espontaneidad de los diálogos; la ilusión y desaliento de los vencidos; las mezquindades humanas; en definitiva, la fuerza expresiva de Aub que aleja cualquier didactismo mediante una ironía a veces cáustica, todo ello hace de este ciclo una interpretación irrepetible y extraordinaria de la guerra.
Y acabemos como comenzamos, con otra frase de Campo de sangre, la que da comienzo a la novela, también numérico-cardinal y no menos mordaz que con la que abrimos el artículo: «Un fusilamiento es algo muy desagradable; tres, todavía se pueden aguantar».