Diario de León

tribuna

Políticos, banqueros: ¡no somos majaderos!

Publicado por
Santiago González Fernández. Abogado
León

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Con este escrito sólo pretendo hacer una pequeña reflexión. No me gusta ofender y menos aún criticar sin fundamento a la más que penosa clase política española y a nuestro todopoderosísimo sistema bancario, por más que haya quien no dude en tacharlo de algo usurero. Además, pienso que políticos y banqueros tiene que haber. Políticos porque alguien tiene que gobernar las cosas públicas y banqueros porque nadie en sus cabales tiene sus ahorrillos, pocos o muchos, debajo del colchón, cuando tanto amigo hay de lo ajeno. Y tan justo es que quien se dedica a velar por el bien común cobre por ello, como que gane un sueldo quien guarda y custodia nuestros dineros para que nadie los robe, que eso del hurto es muy mal rollo y hasta suena fatal. La casta política (tan inaguantable a veces, a pesar de que les hinchamos la panza entre todos) y los banqueros hace ya tiempo que contrajeron matrimonio (de conveniencia, más que por amor en este caso) con el desgraciado resultado de que fruto de ese intimísimo maridaje ha nacido un pueblo olvidado, a veces teledirigido en sus libertades, y en cualquier caso asfixiado económicamente (aunque siempre hay algunos que se libran de la quema y no lo llevan tan mal). Antes de seguir con esta reflexión, en voz alta y expuesta a pública contradicción, debo confesar que creo que tenía mucha razón aquel que dijo que cada pueblo tiene el gobierno que se merece. Y es que buena parte de nuestros males bien nos los merecemos, ganados a pulso por elegir como gobernantes a políticos (y sigo hablando en general) de pacotilla, de medio pelo diría yo, que teniéndonos por tontos legislan y legislan pensando a menudo más en su propio bien, en su rollito ideológico, que en el bien común. Son los mismos que cuando abandonan la política, la gran mayoría al menos, no se sabe bien por qué motivo... ¡están forrados! ¿Para qué van a estudiar nuestros jóvenes, si están viendo que gentes que abandonaron pronto los libros, a base de politiqueo barato, de compartir comités, comisiones, conciliábulos y rollines varios, de meterse en política en definitiva, han ido trepando hasta llegar a alcanzar las más altas cotas en las administraciones y aun en las empresas públicas? Y además gozan de unos sueldazos que no vean ustedes. ¡Ya quisieran muchos médicos, ingenieros, arquitectos, abogados...! Y, como ya dije, cuando se retiran, ¡menudas prebendas, jubilaciones y sueldos vitalicios que les quedan! Aquí parece que para medrar, o juegas a fútbol en primera división, o te metes a político. Además... ¡es tan subyugante el poder! ¡Qué ansia tan enfermiza por meterse en las listas, por llegar a conquistarlo! Eso de decir a los demás lo que tienen que hacer... Así, ¿cómo nos puede extrañar ver cómo está la educación en España? ¡Pues hecha un asquito, hombre! Y no necesariamente por culpa de los docentes, aunque de todo habrá. Porque en casita al niño se le educa para el éxito, no para servir a los demás. «Yo quiero que mi hijo llegue a ministro», dicen algunos. ¡Pobres!, no saben ni lo que están diciendo. Y mientras, los políticos a lo suyo: a implantar su rollete ideológico, a sacudir al contrario, a decir amén a todo lo que diga el cabecilla de turno, no vaya a ser que por discrepar en algo le saquen de las listas para las próximas elecciones..., o saquen a ese cuñado al que le debe un par de favores... ¡Y a ver entonces de qué vamos a vivir! Un pico y una pala le daría yo a más de uno... Cuando empezó la dichosa crisis tembló el sistema financiero. «No problema», se dijo. Vino papá Estado y con el dinero del pueblo puso a salvo a la banca. Pero ahora que quien tiembla es el pueblo, la banca, bien reforzadita ella, no ayuda casi nada. No da créditos, ni a particulares ni a pymes ni a nadie. Todo para ellos, y además empachados de pisos vacíos. Muy al contrario de lo que ocurrió no hace tanto, que entraba un inmigrante en una sucursal cualquiera, con un contrato laboral temporal en mano, y préstamo hipotecario al canto, sin nada apenas con que respaldarlo. ¡Qué más le daba al banco! Total, si no puede pagar en los plazos previstos, se embarga el pisito y pista que llegó el artista. Eso sí, todo muy legal: al amparo de la Ley de Enjuiciamiento Civil, de la Ley Hipotecaria, de la Ley de Préstamos sin Piedad... Y así, si cuando se pidió el préstamo se tasó el piso que se hipoteca en x dinero, cuando se va a subastar por el impago de la deuda ese piso se adjudica a veces ni por la mitad de su tasación inicial. Y el adjudicatario en la subasta frecuentísimamente acaba siendo el mismo banco que prestó la pasta, que aparte de quedarse con ese piso seguirá reclamando indefinidamente al deudor hipotecario la otra mitad de ese x dinero en que se tasó la vivienda cuando se concedió el préstamo. ¡Y con todas las bendiciones legales, oiga! ¿Pero es que el Parlamento español, tan soberano él, no podía haber hecho una ley que dijera que, por ejemplo, no se puede adjudicar ese piso al banco por menos del 80% del valor de tasación inicial (el establecido entre las partes cuando se firmó ese préstamo hipotecario), por mucho que haya caído el precio de la vivienda? ¿Y qué decir de ese banco de cuyo nombre no quiero acordarme, que estableció un 29% de intereses de demora en caso de impago de un concreto préstamo? ¡Pues menos mal que el Tribunal Supremo dijo que eso era un abuso y rebajó ese desorbitado interés a unos límites razonables! Al grano: pida usted hoy un préstamo al banco y, si se lo dan, le sacarán la sangre en intereses. ¿Pero qué interés le dan a usted por depositar ahí sus ahorros, dejando que el banco negocie con ellos? Calderilla. ¿O acaso desconocemos los ingentes beneficios que siguen teniendo muchos bancos aun en esta época de galopante crisis, como no ha habido otra desde la Gran Depresión de 1929? ¿Y qué pasó cuando las entidades financieras vieron venir antes que nadie la crisis (es su terreno y su especialidad) y atisbaron por tanto que iban a bajar y mucho los tipos de interés? Pues que muchos empezaron a ofrecer, a aquellos que tenían préstamos a interés variable, una serie de productos que se sacaron de no se sabe qué manga para que la gente, en vez de pagar menos intereses cuando bajaba el euríbor, acabaran misteriosamente recibiendo en casa unas liquidaciones negativas del banco que hacían temblar el misterio y la casa del pobre prestatario. ¿Pero es que la gente no sabe lo que contrata?, se preguntarán algunos. Pues de finanzas los españolitos de a pie sabemos menos que bancos y entidades similares, y mucha gente no entiende de cláusulas abusivas en letra pequeña: necesita vitalmente el dinero, lo pide, firma, y el banco se lo da, aprovechando de paso para colocarle algún productito swap, mas un par de seguros, por si le pasa algo a la casa, al perro... Y los politicoides miran hacia otro lado y toleran esto. ¡Pues menos mal que todavía hay jueces en España! Y algunos muy dignos, muy buena gente, por cierto. Los partidos políticos se financian con el dinero de todos (¿por qué no se sostienen sólo con el dinero de sus afiliados, que sería lo lógico y razonable?), eso sí, todo muy legal, todo conforme al derecho que ellos mismos fabrican. Pero cuando hay elecciones (y en España hay tres elecciones distintas cada cuatro años, para que luego digan algunos que aquí no hay democracia real) los partidos políticos necesitan financiación para sus campañas (para embadurnar de cartelitos y panfletitos nuestras calles), y ahí es cuando entran en acción sus medias naranjas: los bancos, que no tardan en recuperar la pasta, con sus intereses correspondientes, que el pueblo acaba pagando con su dinero vía impuestos y presupuestos generales o del tipo que sean. Ya ven, la verdad nunca hizo daño. Y esto es lo que se oye por una parte y por otra al pueblo, único soberano y dueño de sí mismo en España. Y esta reflexión se la dedico con inmenso cariño al pueblo, al hoy machacado pueblo español, a todas esas familias en cuyo seno hay alguien en paro. Sí, persigamos a la economía sumergida. Aunque también se podría enviar a la gente a la calle Génova o Ferraz de Madrid, a pedir a la puerta de las sedes, a ver si cae algo. O mejor aún: ¿los ponemos a pedir a las puertas de las sucursales bancarias? No quiero ser ácido. ¿Una solución a todo esto? Pues que nos gobierne gente sensata y decente (que digo yo que alguno quedará), y que por favor sepa algo de economía; eso para empezar. Y el que sepa rezar, que rece.

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