editorial
Política, dinero y romanticismo
Austeridad se ha convertido en la palabra mágica del discurso político, más antes de las elecciones municipales y autonómicas del 22 de mayo pasado que después de ellas. Afloraron como setas los supuestos recortes, rigideces, responsabilidades en la gestión, planes de ahorro... en fin, tijera a diestro y siniestro al gasto público. Pero no habríamos de llegar muy lejos, porque la tentación es muy larga y la debilidad demasiado corta. No hay día que no nos desayunemos el café con leche con el sueldo de un alcalde, alguna dedicación exclusiva o media, una asignación concreta, un intento de colarse en una u otra comisión, un puestecillo en el consejo de una sociedad pública, etcétera. Es curioso además que ese afán por estar y cobrar, o al menos por cobrar, no se haya visto, u oportunamente se le haya puesto coto, entre quienes gobiernan en las instituciones más altas y en los grandes ayuntamientos y ocurra sobre todo en pequeños municipios e incluso juntas vecinales. Es justo que se pague a quien desarrolla un trabajo, y que se haga generosamente además si es en beneficio de la comunidad y se hace bien, pero no es momento de dispendios, de abusos, de avaricias largas. No sobre todo cuando hay gente que lo está pasando realmente mal. Por cierto, ¿qué hay de aquella visión romántica de la política?