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León

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A h, el corazón y sus ciclones. El pasado sábado, tuve el honor de pronunciar el pregón de las fiestas de la residencia de mayores El Portillo. O más o menos lo hice, pues se me saltaron las lágrimas en varios momentos, viéndome obligado a interrumpirlo. Leer con los ojos empañados es como conducir bajo la lluvia, pero sin limpiaparabrisas. No fueron esas cuatro gotas que quedan en un sniff, te suenas y continúas leyendo. Aquello eran cataratas. Para que el lector se haga una idea, fue similar a lo de David Bustamante cada vez que escucha la palabra -˜sardina-™, a lo de Maradona cuando recuerda cómo su selección fue eliminada del Mundial, o a lo de los concursantes de Supervivientes cuando lamentan no haber arrojado a Aída a las barracudas cuando tuvieron la ocasión. O sea, lagrimones incontenibles. Mamporreado por mí mismo, terminé como pude la intervención, con la sensación de haberme faltado poco para caer sobre la lona. ¿Por qué tanto sollozo al hablar de padres e hijos? Lo ignoro, pero era emoción buena, que nada tenía de aflicción. Mientras escribí aquellos dos folios nada me hizo sospechar la tormenta, pues el rayo no provenía de mi propia prosa. Quizá, fue un eco del pasado, o del futuro. Quién sabe. Puedo aventurar explicaciones razonables, salvo que acabara de pelar cebolla.

Lo curioso es que, después, diríase que fui el único sorprendido. Para quienes allí estaban -”residentes, trabajadores, gerente, psicólogo, sacerdotes y familiares-”, que alguien llore al referirse a sus padres o a sus hijos es lo habitual. Nada nuevo bajo el sol. Incluso el alcalde de Valdefresno, socialista recio, presente en el acto, no pareció sorprendido. Pese al quebranto, fue una jornada feliz junto a personas que trabajan en una de las tareas más nobles posibles, en este valle de lágrimas.

Luego, ya de vuelta, mi mujer, con sorna cariñosa, me comentó: «Si en vez de un pregón de fiestas te piden un discurso fúnebre salimos de la residencia a nado». Debí cantarles una chirigota y me salió una saeta. Lo siento, a veces las lágrimas van por libre. No sé a ellos, pero a mí no se me olvidará este pregón blues. Lo recordaré siempre con una sonrisa. Y con el pañuelo muy cerca. Por si acaso.

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