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Publicado por
antonio casado
León

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N uestros problemas cercanos, como la fecha de las elecciones o la reyerta permanente entre el Partido Socialista y el Partido Popular, palidecen ante la gravedad de los asuntos a tratar en la cumbre europea que debe celebrarse hoy. Ahí se la juega España a corto plazo. A medio y largo plazo, también se la juega Europa, cuya identidad está seriamente amenazada si no acierta a superar la crisis del euro.

La punta del iceberg es Grecia. O, si se quiere, la incapacidad de los países del club de la moneda única para resolver los problemas financieros de uno de sus socios. En parte, por los intereses electorales de sus gobernantes. Los de esos países. Especialmente los más fuertes, como Alemania y Francia. Sin olvidar los propios de Grecia, donde el enfrentamiento entre la derecha y la izquierda ha hecho declarar a su primer ministro, el socialista Papandreu, lo siguiente: «Llevo sobre mis hombros los pecados de otros para que el país no viva una tragedia».

Vale como moralina aplicable al resto de países, gobernantes y partidos implicados con mayor o menor entusiasmo en el proyecto europeísta. Me refiero al imperativo político que obliga a cargar con los pecados de otros en nombre de una idea conjunta que vale la pena. En este caso, la Unión Europea. Un proyecto en crisis. O un proyecto inacabado de vida política y económica en común, tal y como fue soñado por Schuman, De Gasperi, Monnet, Adenauer, después de la segunda guerra mundial.

En un club, en una familia, en un equipo de fútbol, en una nación plural, unos tienen que llevar sobre sus hombros los pecados de otros para evitarle una tragedia al conjunto. Si no se entiende algo tan básico, no se cree realmente en el proyecto europeo. Y esa falta de fe, o al menos las dudas, es el río revuelto que aprovechan los inversores para sus maniobras especulativas. El río revuelto de las finanzas europeas, por ahora.

Todos los analistas coinciden en que las turbulencias se deben a la incertidumbre reinante en las cancillerías europeas sobre el modo de afrontar el segundo rescate a Grecia. Los mercados están castigando la incapacidad de la Unión Europea para atajar los contagiosos problemas de uno de sus socios. O sea, incapacidad para que el todo reabsorba el desequilibrio financiero de una parte. El problema es de Grecia y, por tanto, de Europa. Deberíamos hablar de eurobonos, como dice Rubalcaba, no de bonos griegos, del mismo modo que en Estados Unidos se habla de deuda norteamericana y no californiana.

En vísperas de la incierta cumbre de jefes de Estado y presidentes de Gobierno, convocada para este jueves en Bruselas al objeto de desbloquear la situación, los inversores detectan dudas y las penalizan. No hay mal que por bien no venga. Y a pelo viene eso de convertir los tiempos de tribulación en tiempos de oportunidades. Tendría gracia que los aborrecidos mercados acabaran siendo inductores de la unidad política y fiscal de la Unión Europea tan reclamada por los europeístas convencidos y los ciudadanos en general.