editorial
La crisis también llega a los chinos
Los chinos ni siquiera usan papel higiénico. Si lo hicieran, como sostiene Umberto Eco, se acabarían los árboles. Bromas aparte, lo cierto es que en León -"también en León-" asistimos a la multiplicación de la presencia de orientales en las calles. No se les conocía entonces otra actividad laboral que la limitada a la labor en los clásicos restaurantes del dragón. Luego ampliaron horizontes comerciales a través de pequeños bazares que enseguida se convirtieron en grandes, ocupando no sólo algunos de los mejores locales, sino también enormes naves. Pero la crisis sobre la que asentaron su expansión y lacompetencia ha empezado a pasarles factura, hasta el punto de que algunos de ellos han cerrado sus puertas.
Las cosas innecesarias lo son más que nunca y los armarios está llenos y nadie compra nada nuevo, ni siquiera en las nuevas tiendas de moda chinas, que hasta esa actividad han llegado. Las ventas de los comercios han descendido en los que continúan abiertos. El sector continúa en caída libre: hace sólo unos días este periódico levaba a titular de portada que León había perdido cuatrocientos alquileres de locales en tres años de crisis. Y eso mientras el horizonte del paro se sitúa en la provincia en el insospechado perfil de los cuarenta mil desempleados. Paro significa parálisis, imposibilidad de consumo, de movimiento económico alguno. Con casi cinco millones de parados en todo el país no hay quien pueda caminar hacía adelante. Es un lastre que nos condena a seguir arrastrándonos por una crisis a la que cada vez le vemos más lejana una salida mientras que otros países del entorno están a punto de dejarla atrás. Esta curiosa noticia de los chinos, que quizá a nadie sorprenda pero que tampoco deja a nadie indiferente, nos coloca de nuevo ante el espejo de la realidad, fuera de los espejismos del estío. Para recuperar las ventas es absolutamente necesario recuperar con anterioridad a los compradores. No basta con que los comerciantes sean amables. Los chinos dicen que «quien no sepa sonreír que no abra tienda», pero ya hay muchas personas sonrientes que están en el paro y se les ha helado la sonrisa en los labios.