PANORAMA
Desánimo social
L as encuestas electorales no tienen mucho crédito porque sus resultados no poseen gran fiabilidad: el retrato instantáneo de las preferencias sociales es dinámico, y resulta prácticamente imposible prever todas las variables que influirán en el voto final. Sin embargo, la sociología aplicada es una herramienta útil para detectar las tendencias de la opinión pública. Así, una encuesta publicada por la principal cadena de radio el pasado miércoles aventuraba que el PP está en este momento ocho puntos por delante del PSOE en intención de voto, algo muy verosímil sin duda pero difícil de proyectar hacia el futuro sin saber cómo se desarrollará éste. Más interés tienen, en cambio, otros datos que aporta el mismo sondeo, y que revelan, fundamentalmente, dos ingredientes del estado de opinión: una irritación intensa por la gestión que la superestructura política ha hecho de la crisis y un profundo sentimiento de rechazo hacia el establishment por su incapacidad para mostrar la menor grandeza en esta difícil coyuntura.
Los datos de la encuesta son contundentes: tan sólo el 28% de los encuestados aprueba la gestión de Rodríguez Zapatero y apenas el 24% la de Rajoy. El 60% no cree que el secretario general del PSOE sea el mejor líder para este partido y el 73% piensa lo mismo sobre Rajoy en el PP. El 65% de la muestra cree que Zapatero no debería presentarse a las elecciones de 2012 y el 40% de los que fueron votantes del PSOE en 2008 aseguran que no volverán a votarle. En los últimos dos años, Zapatero ha perdido 15 puntos de popularidad y Rajoy 19. Como en las últimas encuestas del CIS, la situación política es considerada el tercer problema nacional, tras el paro y la situación económica.
Ante tanta desafección, es difícil de creer que pueda cargarse toda la responsabilidad del rechazo colectivo a los dos principales líderes, Zapatero y Rajoy. Por decirlo más claro, la ciudadanía no entiende que ante la recesión sufrida y sus secuelas, que durarán años, cuya gravedad es consecuencia de una dejación colectiva de responsabilidad, las fuerzas políticas no den clara preferencia a salir de la encrucijada y sigan forcejeando para colmar sus intereses más inmediatos. La ambición de poder es un ingrediente natural del mercado político, pero no puede convertirse impunemente en una pasión desordenada que prevalezca sobre los valores, los principios y el interés general. La inmoderada contienda en que se ha convertido la vida parlamentaria, sin que exista una rivalidad ideológica que la justifique, da la razón a quienes dicen -”injustamente sin duda-” que todos los políticos son iguales, razón por la cual los episodios de corrupción no tienen repercusión electoral. Deberían meditar estas ideas los principales líderes, a menos que quieran resignarse a asistir a la decadencia inexorable del régimen que nos acoge