Diario de León
Publicado por
GONZÁLEZ
León

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E sa es la pregunta que se hace muchísima gente desde que el pasado viernes, una persona joven, sólo tiene 32 años, colocó primero una furgoneta bomba en el centro de Oslo junto al principal edificio gubernamental que causó siete muertos y después se trasladó a la isla Utoya, distante 40 kilómetros de la capital noruega, donde asesinó disfrazado de policía a sangre fría y a quemarropa al menos a 85 jóvenes que participaban en un campamento de verano del Partido Laborista.

¿Un perturbado?, ¿un psicópata?, ¿un fanático?, ¿un desalmado?, ¿un extremista?; ¿un ultraderechista?; ¿un islamófobo? Seguramente, para cada una de sus víctimas y de sus familiares estos adjetivos que pueden definir y delimitar el perfil de este individuo carece de importancia en estos momentos. La tragedia de cada víctima es simplemente esa: que se han convertido en víctimas sin buscarlo, sin quererlo, sin saberlo. Todo sucedió en un momento, en un instante. El daño y el dolor que causan en sus víctimas acciones tan llenas de violencia como las llevadas a cabo en Oslo son irreparables.

Pero, aunque pueda resultar chocante, hay que plantearse algunas preguntas que al menos puedan servir para evitar que en un futuro se produzcan hechos similares a los acontecidos en Oslo. ¿Qué tipo de ideas son las que llevaron a Anders Behring a cometer esa masacre?; ¿dónde las aprendió?; ¿que entorno familiar tenía que no supo detectar a tiempo el camino irracional y fanático tomado por este joven?; ¿qué valores inoculó de joven en la escuela, en su familia, en la sociedad en la que vivía? ; ¿nadie de su entorno -”amigos, familiares, vecinos, compañeros de trabajo-” fue capaz de detectar comportamientos extraños en este individuo?, ¿o es que nos encontramos ante una sociedad -”no solamente la noruega-” tan individualista, tan encerrada en si misma, que no tiene ningún interés en saber lo que pasa a su alrededor?

Descendiendo a un terreno más inmediato, ¿cómo es posible que en un país como Noruega, una sola persona pueda cometer una masacre de este tipo?; ¿cómo se explican los fallos tan clamorosos en la seguridad?; ¿cómo es posible que la policía tardara nada menos que una hora en llegar a la isla donde el asesino estaba eliminando una a una a sus víctimas con dos disparos por cada una de ellas? Pero todas estas preguntas y muchas más que se podrían plantear quizás no den respuesta a la que encabeza este artículo: ¿Cómo es posible que una persona, por muy perturbada que pueda estar, decida asesinar de forma tan calculada y fría a 93 personas, muchas de ellas jóvenes entre 14 y 19 años, con toda una vida por delante? Hay interrogantes que claramente no tienen respuesta porque se escapan a la lógica humana y se sumergen en el campo de la irracionalidad más absoluta.

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