Diario de León
Ponferrada

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Hay historias que no debieran permanecer inéditas tanto tiempo. En 1941, el fotógrafo austriaco Franz Krieger tomó nueve fotografías de Hitler en una estación ferroviaria de Polonia mientras se entrevistaba con su aliado húngaro, el almirante Miklós Horthy. Las nueve imágenes del dictador alemán ?nacido austriaco- acaban de ser descubiertas en el álbum de un coleccionista privado y muestran al Führer y a sus acólitos vistiendo pantalones de montar, botas altas y lustrosas, gorras de plato y guerreras, desprendiendo un aire marcial en cada gesto. Son los mismos pantalones, las mismas botas negras, los mismos uniformes de la entrevista entre Hitler y Franco en Hendaya. Casi me atrevo a decir que el mismo tren, los mismos vagones. Sin duda, los mismos monstruos.

Se han cumplido 75 años de la rebelión militar que condujo a este país, con el auxilio de Hitler y de Mussolini, a una guerra civil sangrienta. Tres cuartos de siglo de sucesos de los que aún tenemos una visión limitada porque sigue habiendo gente interesada en pasar de puntillas por aquellos años terribles. Y el mejor ejemplo lo tenemos muy cerca, en Ponferrada, donde no hay ni una sola línea sobre aquellos días, ni sobre la represión posterior que salpicó de muertos el pinar de Montearenas, en el voluminoso libro de historia editado hace sólo dos años por el Ayuntamiento para celebrar el primer centenario de la ciudad.

Alguien debería contar, con tiempo y medios para hacerlo, la historia de los tres alcaldes republicanos de Ponferrada fusilados en 1936, del tren de mineros que asedió el cuartel de la Guardia Civil donde se habían concentrado los agentes de todos los puestos desde Villablino a Villafranca del Bierzo para preparar la rebelión en la comarca. Alguien debería reescribir la historia de personajes nefastos como el capitán Losada, tan marcial en cada gesto, que tuvo su nombre durante años en una de las calles principales de la ciudad. Y debería hacerlo pronto, porque 75 años después, los últimos testigos de todo aquello se van muriendo. Si no están muertos.

Ayudaría, sin duda, que las instituciones rompieran la espiral de silencio que ha callado tantas bocas. Y quién sabe si también, ocultado algunas fotos inéditas en el álbum de algún coleccionista privado que no se atreve a subirlas a Facebook por temor a la sombra que dejan las botas altas y lustrosas.

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