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Publicado por
Isidoro Álvarez Sacristán. Jurista
León

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La ciudad, el ciudadano, la ciudadanía. Se nos llena la boca de citarlos, tal que los desgastamos. En estas mismas páginas el escritor Víctor Córcoba se explayaba sobre la ciudadanía, distinguiendo entre poderosos «que torturan y encadenan» (a la ciudadanía) para llevarnos a la vieja -"y fracasada-" historia del reparto de los bienes, tan comunista ella que o se convierte en propiedad privada o pasa a manos del poder político de turno. Nuestro escritor se erige en defensor de los movimientos callejeros y pseudo democráticos con unos repetidos bravos alabando a la denominada democracia real, a la alusión a la injusticia, a la injustas (sic) leyes. Siento tener que decirlo pero tales situaciones están trufadas de pura demagogia.

Es sabido que la ciudadanía -"condición de ciudadano, es decir, organizado dentro de una urbe-" se concedía en Roma a través de determinadas situaciones personales o territoriales, hasta que el año 212 Caracalla concede la ciudadanía a quines no hubieren nacido en Roma. Posteriormente se pasa por varias etapas de clases con o sin participación en las decisiones, pero si se sabe que durante siglos aquel ciudadano romanizado se convierte en súbdito, es decir servidor por obligación, mientras que la ciudadanía es una adscripción voluntaria, a quien se dio el espaldarazo por la Asamblea Nacional Constituyente francesa el 26 de agosto del año 1789 en la Declaración de los Derechos del Hombre.

Pareciera -"por lo que se ve-" que únicamente existieran derechos, pero no hay ninguna codificación en el mundo moderno y occidental que no regule como contrapartida los deberes. De forma que no se puede invocar ningún derecho, ninguna nueva regulación, ni censurar conductas si previamente no se ha limpiado de prejuicios y de demagogia la sala de estar -"y de bienestar-" de los deberes. Ya hace años -"en el año 1980-" en estas mismas páginas argumentaba que la presión en la calle podría llamarse el quinto poder; poder que, en efecto, puede tenerse en cuenta en el momento que el resto de los poderes están vacíos de contenido, obsoletos, confundidos, desgastados, enajenados, ineptos o inermes.

Las expresiones del señor Córcoba son más viejas que la pana o que las cercas -"como se dice en León-" y muy de moda en los años sesenta como el resurgir de una nueva sociedad nacida al término de la II guerra mundial. Y nos lo decía Alain Touraine: «Una antisociedad se opone al orden social dominante, por encima de las ideologías». No nos engañemos, estos movimientos que tanto gustan a la progresía se producen con carácter cíclico, cada vez que la izquierda ideológica pierde el poder sociológico y no tiene más remedio que ocupar la calle. Siempre hay un ideólogo que les acompaña, aunque ahora que la sociedad está ayuna de verdaderos intelectuales comprometidos, solo se saben escribir en las paredes. No resultó raro que en aquella revuelta estudiantil de finales los sesenta apareciera Herbert Marcuse- en EEUU, aunque luego fuera cesado de la enseñanza- que proclamara las excelencias del marxismo-leninismo, y la pretendida extensión de la moral comunista y citaba Marcuse: «Para un comunista, toda la moral reside en esta disciplina solidaria y unida en esa lucha consciente de las masas contra los explotadores». O han leído profundamente a Marcuse y a Lenin y los han copiado en las pancartas o se ha producido un mimetismo cronográfico en la ideas.

Se dice que no se va a ejercer la violencia. Nada más lejos de la realidad. Hay una violencia externa que se explicita con ataques físicos, pero hay una violencia interna que se compone de una situación de inanición e incumplimiento de la legalidad. Y como ya dije en otra ocasión se trata de disfrazar las ideas con la popularidad de las deficiencias de la política. La ciudadanía como cualidad de ciudadano ha existido en las relaciones -"en la societas-" y que para su organización se decanta en la polis, es decir en la organización. Nosotros nos hemos dado la organización a través de los partidos políticos, de forma que si la cualidad de ciudadano gobernase sería una ciudadanocracia en lugar de lo que ahora tenemos que es una partitocracia . No cambiemos las cosas, pues como decía Laín Entralgo: «Para que el vivir en mi tierra me sea de cuando en cuando consuelo o regalo, a mi dadme, os lo ruego, españoles sin trampa ni disfraz».