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editorial

La A-60 encabeza las reivindicaciones

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León

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Probablemente no habría llegado a imaginar en 1997 el ahora consejero de Fomento y Medio Ambiente que catorce años después hubiese tenido que poner otros cuatro de plazo para la finalización de la autovía León-Valladolid. Son los deberes que ayer le anotó Antonio Silván al Gobierno en su comparecencia en las Cortes tras asumir las competencias en esas materias para la legislatura que acaba de iniciarse. Es, entre otras muchas, una de las prioridades en materia de infraestructuras, junto con la autovía del Duero, la Ponferrada-Orense, el tramo entre Benavente y Zamora de la autovía de la Plata o la inclusión en la red de alta velocidad ferroviaria de Ponferrada, Salamanca, Ávila y Soria.

De todos ellos, el caso de la A-60 llama la atención por clamoroso. Fue el 7 de noviembre de 1997 cuando la Comisión de Transportes y Comunicaciones debatió la proposición de no de ley para la conversión en autovía del tramo de la N-601 entre León y Valladolid. La presentó el Grupo Popular a instancias de los alcaldes de ambas ciudades, Mario Amilivia y León de la Riva, respectivamente. Olvidada por los gobiernos de Aznar, la situación a día de hoy es que están en obras los tramos Valladolid-Villanubla y León-Santas Martas, en este caso con el problema añadido de la necesidad de un trazado alternativo que posibilite la conservación de los restos romanos hallados en el entorno de Lancia, y pendientes de licitación los 93 kilómetros restantes. Y eso después de que en el Consejo de Ministros del 23 de julio del 2004, el primero bajo el mandato de Zapatero y celebrado en León, se plantease como prioridad con el 2008 como horizonte para la apertura de todo el trazado.

La A-60 no sólo es esencial para ordenar el tráfico en el sureste de León, ahora mismo el principal problema en los accesos a la capital que en buena medida se solucionará con las obras en ejecución. Es, sobre todo, un compromiso moral del Gobierno y una deuda histórica con los leoneses, hartos ya de esta situación y de sentir que un día sí y otro también se les toma el pelo con algo que en otras latitudes hubiera llevado a los ciudadanos a las trincheras.