La quimera del oro

N o sé si ustedes se han creído eso de que el Gobierno ha puesto bajo su poderosa lupa la venta de oro. Yo tampoco. En las principales avenidas de las grandes ciudades, incluso en las bocacalles, hay letreros amarillos anunciando -˜Se compra oro-™. Lo que no se especifica es si lo pagan a precio de oro o a precio de las necesidades de quienes lo venden. Lo que está claro es que su valor ha subido y la onza bate su plusmarca dorada y se cotiza a 1.600 dólares, que es mucho dinero teniendo en cuenta lo poco que cobra un trabajador medio, que es el que quedó partido por la mitad con la llegada del euro. ¿Hacia dónde huye el oro? Solo sabemos que al igual que a algunos ejecutivos de cartera plana, le gusta estar siempre «reunido». También conocemos que no desdeña la compañía de la plata, a la que los clásicos llamaban «oro cano». También ella, que es bastante más discreta, se ha instalado en las guaridas de los «valores refugio», ya que las bolsas están cayendo y en las cuevas de Alí Babá hay más conserjes que brokers.

En el Tenorio se dice que con oro nada hay que falle, pero también puede fallar el oro. Le pasó al rey Midas y puede pasarles a algunos emires cuando sus pueblos aspiren a echarles medias suelas a sus babuchas. De momento tienen el oro y el moro. Confían en que Alá aprieta pero no ahoga, pero hay situaciones eternas que pueden cambiar de un día para otro. Ese metal, por muy dúctil y maleable que sea, ha sido calumniado siempre por quienes no lo tienen más que en minúsculas y simbólicas proporciones, que son las que se están vendiendo ahora. Muchas familias humildes aguardan como reliquias el reloj del abuelo y la cadena con la que se lo ataba al chaleco o la medalla aquella que viajaba del cuello a los labios de su madre. Una imagen muy milagrosa. Bastante más que el resto de medallas idénticas que fueron troqueladas en la misma acuñación. Es lo que suele llamarse «el tesorillo del pobre». Ahora está llegando, para no volver, a los sitios donde hay un letrero de -˜Se compra oro-™.