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León

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L eón se desangra. Lo bueno de las ciudades es que pueden seguir muriendo durante mil años, en una escenificación tan lenta que parecería que esta letanía de la ruina no es más que una promesa de algo que nunca llegará. Y, sin embargo, el lugar desde el que poco a poco se fue edificando el solar de lo que hoy se conoce como España hace tiempo que perdió sus muros. Por supuesto que no habrá facultad de medicina. ¿Para qué? Ya ni siquiera necesitamos cuidados paliativos, aunque tenemos el consuelo de la compañía. La población de Numancia hace tiempo que se rindió. Me lo decía no hace mucho el urbanista y arquitecto coreano Kyong Park. Hay ciudades que desaparecen en treinta años y otras cuya huella tarda cientos en borrarse, pero el proceso de caída siempre es el mismo. Un psiquiatra podría explicar muy bien esta rendición. Y es que no hace falta leer El extranjero para saber eso, que aquí todos somos extraños, que estamos de paso, que la rebeldía es una ilusión y que, al final, ese mal paso nos aguarda a todos, aunque nos empeñemos en mirar al suelo para no tropezar. Los hay que lo descubren demasiado pronto y prefieren tomar distancia antes de tiempo. La vida no es fácil para nadie, pero algunos tienen más suerte. Nadie se va de rositas, pero son legión quienes son bendecidos con una sensibilidad de acémilas que vale más que la obsesión que enloqueció a Lope de Aguirre. No es el caso de la mayoría de los que la televisión ha agrupado en torno al calificativo simplista de grupo de los 27 y, desde luego, no es el caso de Amy Winehouse.

Dos discos y parte de la leyenda, y todo cuando apenas había logrado liberarse de la adolescencia, esa época de la que pocos consiguen salir indemnes. Ella no lo logró, demostrando que la infancia es el único lugar en el que vivimos para después tratar tan sólo de sobrevivir. Aún se desconoce qué fue lo que la mató, pero parecía que hubiera muerto ya en numerosas ocasiones. Lo decía en uno de sus poemas, uno cuyo video parece ahora el ensayo de su despedida. «Tan sólo podemos decir adiós con palabras. Ya he muerto cien veces-¦ And I go back to black»-¦ Ha regresado a la oscuridad, al luto, a la humedad del légamo, ese lugar que algunos añoran toda la vida y que llega demasiado deprisa. Aunque antes de eso, algunos lleguemos a ser bimilenarios.

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