Diario de León
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LUIS ARTIGUE
León

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V ampiros homosexuales, niñas zombis embarazadas del diablo, extraterrestres chupavísceras, terror de autoayuda y ultraviolencia ciberpunk.... Sí, vengo maravillosamente harto de lo posible de la Semana Negra de Gijón -acaso el festival literario heterodoxo que mejor combina lo popular y lo intelectual en todo el mundo- de escuchar inquietantes historias y enigmáticas teorías sobre la novela policíaca, fantástica, gótica, de aventuras, de terror realista y de ciencia ficción... Y me encuentro con que eso de lo que tan bien me han hablado se ha hecho televisada, noticiable, realidad. Y maldigo a los fabricantes de la magia de lo tenebroso. Y tengo ganas de prohibir las películas gore de serie B a pesar de saber que ése -la existencia de una exitosa ficción que retrata y se recrea en el lado oscuro de los seres humanos- no es ni mucho menos el problema, pues el llamado subgénero tiene éxito en la medida en que alivia tensiones psíquicas, represiones, y produce una necesaria catarsis.... Como un niño que mira el dedo de quien señala a la luna me indigno aún así con el boom de la novela escandinava por reflejar a sádicos sujetos que jamás creí verosímiles.

Stieg Larsson (Suecia 1954-2004), el escritor que ha puesto de moda la novela negra nórdica en medio mundo, escribía de hecho en secreto mientras su ciudad dormía (lo hacía no como acostumbran los novelistas del tipo Fernando Marías, Rafael Marín o Juan Madrid sino al modo del profeta Nostradamus). Y, como sacudiendo la poca fe de quienes estamos flipando ante las noticias sobre el nuevo asesino famoso, se ha cumplido la implícita profecía que albergaban sus novelas casi realistas...

Larsson al parecer nos estaba advirtiendo indirectamente de que, como la nuestra, la Escandinava es una aseada sociedad habitada también por odiadores con sádicos demonios interiores, pero devoramos sus entretenidas novelas de la trilogía Milenium sin reparar en tan solapado y profético mensaje que ahora se ha vuelto real. O quizá sea al revés, quizá la realidad plagia a la ficción fantástica de forma enloquecida e irreversible para demostrarnos que la separación entre realidad y ficción, como bien saben los locos, es falacia pura.

El caso es que al volver a casa de la Semana Negra iba a escribir un psicothriller chorreante, hemofílico, nórdico, sobre un asesino en serie discapacitado emocional que, con los ojos ya en llamas, hace estallar un coche-bomba en el distrito central de Oslo y, al poco, va a una convención disfrazado de policía para relamerse mientras dispara contra todo lo que se mueve... Pero mi editor me ha dicho que es una trama demasiado disparatada: «Eso no se lo creerá nadie: mejor vete a terapia».

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