EL RINCÓN
Una bomba en el turbante
Ningún alcalde lo va a pasar muy bien cu ando haga las cuentas, pero el que ha pasado a peor vida, de momento, es el alcalde de Kandahar, al que los talibanes acaban de facilitar su ingreso en la otra vida, donde sin duda será acompañado por huriés de ojos verdes y caderas móviles. Un terrorista, absolutamente convencido de que el mundo se mejora eliminando a algunos contemporáneos escondía al norte de su dudosa frente un explosivo y ha matado al señor alcalde. Por fortuna aún no se han adoptado esos ruidosos procedimientos entre nosotros: basta con asfixiarlos y comprobar hasta cuándo pueden resistir aunque en vez de turbante lleven boina.
Nadie debe preguntarse cuándo oiremos la explosión de los futuros acontecimientos, ya que a veces el eco es anterior al ruido. La única cosa en la que están todos de acuerdo es que no pueden seguir como están, pero a continuación asegurarán que lo mejor es que sigan. Hay bancos que ganan más dinero que nunca, lo que les permite vivir como siempre, pero algo hace sospechar que no está lejano el día donde veremos tanques para defender el asalto de los que no tienen nada que custodiar. Los indignados ya han ensayado un asalto al Congreso de los Diputados. No les dejaron aproximarse a los soñolientos leones, que bostezan discretamente después de oír, que no es lo mismo que escuchar, tantos discursos.
Es curioso que quienes no sueltan un euro estén siempre dispuestos a soltar la lengua, pero la gente ya no se cree nada. Los acampados del Paseo del Prado se enfrentaron a la policía, que también forma parte del proletariado, y hubo once heridos. Como siempre, hará falta algún muerto. Al que se le acaba la vida, que siempre está en un hilo, ve cómo ese hilo lo recogen otros para zurcir banderas. Ojalá el informe movimiento del 15-M no necesite ningún mártir enarborable. Un muerto hace cientos y aquí no necesitamos turbantes. Nos basta guarecernos bajo nuestras cejas.