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Ponferrada

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Érase una vez una ciudad con una calle dedicada a la guerra. Una ciudad de cien años, donde el dinero ya no fluía como antes, el viento dejaba de soplar por las tardes, cerrando las fábricas, y una hilera de montañas azules y grises la rodeaban en un abrazo circular.

Tenía aquella ciudad un barrio de viviendas desocupadas, solares vacíos, farolas solitarias, una iglesia blanca, vigilada con cámaras de seguridad para que nadie confundiera su fachada con un lienzo, y un centro comercial que iba perdiendo establecimientos como a un niño se le van cayendo los dientes de leche.

También había tenido la ciudad una montaña negra que había crecido con la escoria del carbón que se quemaba en las centrales térmicas para producir electricidad y que un buen día había desaparecido del mapa, borrada por la megalomanía y la necesidad.

Era una ciudad pequeña, junto a un río largo que la envolvía en la niebla durante los inviernos, donde se habían ausentado las sorpresas. Los vecinos tenían lo que querían. Y no querían sobresaltos. Ni cambios drásticos. Ni desórdenes. Ni nada que se le pareciera. Era su forma de vivir en paz.

Pero la ciudad, con basílica y castillo medieval, también tenía una calle dedicada a la guerra. Era una calle paralela a la calle de las Carnicerías y sólo los forasteros se preguntaban, cuando paseaban por su casco antiguo, si los dos nombres tendrían algo que ver.

La calle de la Guerra no estaba lejos de la calle del Reloj, quizá por que el tiempo se detiene para siempre cuando nos matamos. Y también estaba muy cerca la calle Paraisín y la calle Los Jardines, como si alguien, algún alcalde quizá, hubiera querido relacionar la muerte en la batalla con el paraíso.

En esa ciudad sin embargo, no había hueco en el callejero para las víctimas de la guerra. Ni siquiera para las víctimas de la última guerra. Ni siquiera si las víctimas eran una mujer embarazada, de cuyo asesinato se cumplirán este mes setenta y cinco años, y su hijo de tres años. Ya les mencioné una vez a Jerónima Blanco y mientras siga habiendo una calle en Ponferrada dedicada a la guerra, les seguiré hablando de ella. Para que alguien le quite la guerra a la placa y le ponga su nombre y el de su hijo Fernando. Y por fin pueda escribir aquí que había una vez una ciudad con una calle dedicada a la guerra. En pasado.