Diario de León
Publicado por
Á. VARELA
León

Creado:

Actualizado:

Invitan a la divagación las cálidas tardes de agosto, tan voluptuosas y tan cercanas a esa magia de la que escribía hace unos días en este rincón Suárez Roca, al que tan bien le sienta el verano rural en el que se lamentan las ovejas y «se siente la felicidad de la tierra». Invitan esas horas imposibles para lo productivo a buscar el Lupus Cervarius, ese animal feroz y desconocido cuya naturaleza ya inquietaba a Aristóteles y turbaba las siestas de agosto a los vecinos de la Valdueza, que lo soñaban como un ser con cabeza de gato y las manos y pies del tamaño de un mastín. Al Padre Sarmiento le contarían después de cazar y desollar un ejemplar que nunca habían visto animal semejante, pero a mediados de 1760 en este mundo quedaban todavía muchas cosas por ver.

Cosas tan insospechadas como la desaparición de las abejas, que es perder la dulce banda sonora de las tardes de agosto, corromper el misterio de la mecánica de los insectos, abandonar la geometría cuántica que marca el vuelo de la vida. Ni las abejas bercianas, tan laboriosas y tan ajenas a las perezosas reivindicaciones sindicales, son capaces de resistir al pérfido avispón asiático, que engorda con la debilidad de nuestras mejores obreras, incapaces de incrementar los niveles de competitividad, condenadas a la privatización de la polinización y a la externalización de la labor cooperativa de la miel. Mueren las abejas agotadas por la explotación de los mercados, que especulan con el olor a hierba recién regada de las tardes de agosto y rebajan la calificación de la dignidad de las violetas, haciendo suya aquella humorada del humilde pelado nacido hace cien años en el DF que inventó el verbo cantinflear: «Si se necesita un sacrificio, renuncio a mi parte y agarro la suya».

Nos quedamos sin abejas y ni siquiera la crisis que ha elevado a la estratosfera el precio del metal amarillo consigue relanzar los proyectos de explotación en los valles de esta provincia, tan necesitados de un milagro como los vecinos del balneario de Berlanga. Ni miel para endulzar los lamentos de la decadencia ni oro para contribuir a la reducción de la deuda, como nos aconsejan los alemanes, tan cartesianos ellos y tan tristes por su desconocimiento de las tardes de agosto. Hay un zángano que dice que no haría falta vender las reservas de oro del Banco de España, que nos llegaría con que las grandes fortunas y las grandes empresas apoquinaran lo evadido al fisco, que se calcula que el año pasado superó los 42.000 millones, que sumados a los otros 16.000 de pymes y autónomos darían para enjugar el déficit. Pero ya se sabe de la ociosidad del zángano y de su costumbre de entretener las tardes de agosto en pensamientos improductivos. O directamente subversivos.

tracking