TRIBUNA
Bien las jornadas mundiales
Bien por las jornadas mundiales, sean católicas o no lo sean, cuando la paz es la bandera. Reconozco que la armonía se apodera de mí tanto como el verso y yo me entrego a la causa del poeta. Y todo, porque se expresa tolerancia, que es la mejor fe de vida. Ahora bien, que no sean sólo de juventud. O que lo sean y se multipliquen de generación en generación. Me gusta ver agrupadas a todas las descendencias y ascendencias, culturas y religiones, creyentes y no creyentes, pobres y ricos.
Haciendo piña. Al fin y al cabo, al ser humano sólo le puede socorrer su semejante. Estamos hechos para amar. Pobre del que pase por la vida sin haber descubierto el amor. No habrá vivido nada más que en la tristeza. Es lo propio de un corazón vacío, que no siente, ni se siente camino de nada. La cuestión radica en saber caminar a la par de uno, consigo mismo y con todos, que la vida es fascinante si se nutre de otras vidas.
Que todo el mundo se mundialice y asista a alguna jornada mundial, por lo menos una vez en su vida. Nada se humaniza tanto como lo que es vivido a pie de calle. Cuando se quiere a una persona se comprende todo y todo se entiende. Te entristece que esté triste. Te duele que sufra y no comparta. El diálogo es claramente indispensable para reencontrarse unos y otros. Sólo a través del encuentro con la palabra puede encenderse la luz que el mundo necesita para ser un lugar seguro y habitable.
No es tolerante quien no tolera que las personas conversen y converjan en el entendimiento para buscar, entre todos, la mejor orientación de vida en el planeta. Personalmente, pues, quiero alentar a todos los grupos sociales, razas humanas o etnias, religiosos o agnósticos, a perseverar en el respeto y en la cooperación entre diferentes modos y maneras de vivir. En la medida en que cultivemos la mutua comprensión unos hacia otros, tomaremos mayor estima por la ciudadanía y su convivencia, por el ser humano y sus interrogantes.
Ante las injusticias de la vida que vamos coleccionando, todos contra todos, y una vez que el planeta se ha globalizado, urge expresar proyectos de vida en común. Por eso, estimo primordial cualquier jornada mundial que transcurra en un clima de calma y libertad, y que sirva para ponernos a pensar. Porque, dígame el lector: ¿quién está orgulloso de su vida?
¿Quién puede ser feliz con su vida? Tan solo una mente necia puede estar satisfecha de vivir en el desespero permanente de una cacería humana sin sentido, donde hay más supervivientes que vivientes, fruto de una guerra psicológica inventada por los que desprecian la vida. ¡Brindo, pues, por la mundialización de unas jornadas que nos traigan una sonrisa tierna y un amor grande!... No quiero ver morir a más mortales desamparados, echando desconsuelo por la boca.