TRIBUNA
El Nazareno dela túnica morada
Quiero imaginar que en nuestra bellísima talla pensaba Machado cuando escribía sus versos, y aunque sé que no fue así, no me importa demasiado porque lo realmente trascendente es la belleza y la emoción que produce.
Nuestro Nazareno tuvo el honor de formar parte del Vía Crucis en el que, junto a otras trece cofradías, se exhibieron los pasos más importantes de España, no sólo ante más de un millón de peregrinos venidos de todo el mundo, sino ante las cámaras que transmitían el acto de oración con las imágenes por el planeta.
La Cofradía del Dulce Nombre ha tenido que sufragar de sus propios fondos y con la aportación de sus cofrades, además del «apoyo simbólico» de León Gótico y de la Clínica San Francisco, los 20.000 Euros necesarios para el traslado y regreso de la talla más emblemática, y probablemente valiosa, de nuestras hermosísimas procesiones de Semana Santa. Las instituciones y nuestros «visionarios» políticos no han intervenido para nada en el evento, el cual podría haber contribuido a dar a conocer nuestra ciudad a nivel mundial. Y ¿eso por qué? Será quizá que León no necesita turismo, ya que le sobran recursos y medios de vida. A poco que uno mire alrededor, puede ver enormes complejos industriales o incluso producciones ingentes del sector primario, que nos dejan tal cantidad de excedentes y riqueza que no sabemos en que emplear. Podemos, por tanto, permitirnos despreciar cualquier tipo de publicidad de nuestras tierras. Eso podría atraer a demasiados visitantes, que alterarían nuestras relajadas existencias. Y ahora en serio. Lo de relajadas, como se puede comprender fácilmente, se refiere exclusivamente a algunos; precisamente a los que pudieron aprovechar el evento y no lo hicieron. Ellos ni se aburren sin tener nada que hacer ni buscan trabajo ni hacen cuentas imposibles para que el pan alcance hasta final de mes.
Probablemente fue el hartazgo y la pereza de la panza bien llena lo que frenó una posible actuación que favoreciera, fomentara o simplemente ayudara a que el nombre de León se conociera más allá de nuestras abandonadas tierras. Aunque también pudo haber otro motivo más sibilino y cutre: no apoyar un acto religioso, por no ofender a todos esos que defienden una sociedad laica y que, con razones o sin ellas, tratan de imponer a todo bicho viviente, olvidándose de que el pensamiento y las ideas de cada cual son el último reducto de libertad que nos convierte en seres humanos.
¿Dónde quedó la tolerancia del energúmeno que grita desaforado a una joven, que se tapa los oídos y besa el Crucifijo sin molestarse en responder a las «libertades» que el animal trata de imponerle? Ante mí tengo la foto de la Agencia Reuters, que pienso guardar para enseñar a mis hijos y a mis nietos lo que jamás se debe hacer. Esa es la forma de actuación de un extremista, sea religioso, político o vendedor de ateísmos, que tanto da. No es mi intención juzgar a unos u otros porque estoy convencida de que ateos o amantes del laicismo habrá que serán personas honestas, responsables y tolerantes, pero si hubiera de elegir entre uno de los dos personajes de esa foto –que ha alcanzado, desgraciadamente para esas personas que acabo de citar, carácter de símbolo— preferiría, sin duda, a la muchacha que reza, la cual, serena dentro del círculo de paz que le proporciona su fe, no intenta convencer a nadie de nada.