Diario de León
León

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El delegado territorial, Eduardo Fernández, ha hecho gala de finura verbal al llamar «malnacidos» a quienes queman intencionadamente nuestros montes. Hizo bien en utilizar esa expresión, un tanto arcaica. Emplear otra aún más explícita hubiera conllevado banalizar el dramatismo de su denuncia. Dado que en cierto exitoso modelo de televisión la ofensa se ha convertido en una manera de ganarse la vida, la decencia obliga a marcar distancias dialécticas con tal tropa. Al insulto también hay que dejarlo reposar antes de servirlo, como al arroz.

Soy un admirador de las buenas formas: de las escritas, de las habladas y de las de Eva Mendes. Agradezco al señor Fernández que en vez de darle al gatillo fácil de lo celano, se decantase por un estilo flemático, aunque contundente. «Malnacidos» suena rotundo y a la vez deja cierto espacio a la imaginación. Explicado en términos gastronómicos, eligió unas acelgas cocidas en vez de un chuletón, sacrificio que le debemos valorar, pues posiblemente el cuerpo le pedía más calorías. Sí, quienes queman bosques son unos malnacidos, aunque el parto de sus señoras madres fuese bueno.

No hay una única clase de pirómanos. También hay políticos de oratoria incendiaria, aunque lo suyo sea mero fuego de artificio. No saben hablar sin echar chispas sobre la reputación ajena. Rara vez tienen interés sus ardores, más allá del amarillismo. En medio de esta crisis, la razón y las razones deben imperar en cualquier discurso crítico, sea en el Congreso de los Diputados o en el más pequeño de los ayuntamientos, en un equipo de gobierno o en la oposición. Y no olvidar nunca el vocabulario vital transmitido por los padres: paciencia, respeto, ecuanimidad, compasión, perdón. Pues es más fácil destruir que construir, encender un fuego que apagarlo.

Durante este verano, estoy recorriendo con mi mujer y amigos la provincia. Qué maravilla. A la belleza del paisaje no puedes acostumbrarte, cae siempre sobre ti como una revelación.

Siempre igual y a la vez diferente. ¿Quién es capaz de quemar deliberadamente un monte? ¿Quién puede convertir en ceniza la memoria colectiva? ¿Quién convierte su codicia en antorcha? Sólo malnacidos, como dijo Fernández.

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