Diario de León
León

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España se ha convertido, merced a la crisis, en un gran cabaret Voltaire. La diferencia es que el papel de Hugo Ball está siendo malversado por trileros intelectuales, estraperlistas de la esperanza en tiempos de miseria y azotacalles cuyo único objetivo parece ser la exposición pública de su vulgaridad. En medio, una gran masa acrítica que aún no se ha dado cuenta de que a partir de ahora tendrá que vivir en la cuneta, de que no hay baldosas amarillas, de que la luz del arco iris se apagó y sólo queda el polvo de Arkansas.

El último baile de máscaras ha tenido lugar en el Congreso que, por primera vez en mucho tiempo, se ha convertido en representante de la voluntad democrática y no en un guariche del regateo al mejor postor, de la extorsión de las minorías acaudaladas. Salen ahora los de CiU diciendo que la reforma de la Constitución es una patada a la transición, que esas cosas hay que pactarlas (con ellos, se entiende). Cuando trataban la ley como una muñeca hinchable no pasaba nada.

Tan sólo era cuestión de matices que se rompiera la unidad lingüística y los derechos de los que hablan castellano. Lo mismo ocurría con el hecho de agredir las normas básicas de la semántica al utilizar nación como sinónimo de región, qué más da… hay veces en las que se puede pisotear la Constitución, sobre todo si quien lo hace no forma parte de ese conjunto de españoles a los que los trapicheos de la transición convirtió en ciudadanos de segunda.

Así que, sí, resulta que tiene razón Durán i Lleida, que se trata de un ataque frontal a las cesiones que, una vez enterrado el franquismo, debieron haberse incinerado. Ahora salen con que la reforma va contra la autonomía financiera y vuelven con lo de la solidaridad catalana, amenazando con aprobar una ley propia de control presupuestario. Mientras, los montaraces, siempre más zafios en sus avisos, aprovechan para ladrar y exigen que la modificación constitucional incluya el derecho a decidir.

Ya ven, pura alternativa Kas, ahora que los polimalos han sacado a relucir su auténtico pelaje con un buzoneo de la extorsión. Así que, con todo, no es que me encanten los alemanes, pero, qué quieren, creo que tenemos mucha suerte de que nos gobierne Angela Merkel.

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