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León

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H ombre, llamarlo «reclamo turístico» como hizo la UPL, quizá pueda resultar excesivo para unas macetas, aunque sean descomunales. Me cuesta trabajo imaginarme a un chino decirle a otro, obviamente en chino: «¿A dónde vas de veraneo?», y él contestar, también obviamente en dicho idioma: «A León, tienen unos tiestos gigantescos». Dejémoslo en que dan un agradable toque psicodélico a nuestro paisaje urbano. Parecen sacadas de la portada del «Sgt Peppers’s». Al parecer, entre los perros también han tenido muy buena acogida, es verlas y descargar. Las colocó el anterior equipo de gobierno municipal, el entrante las retiró y ahora las está reubicando con otro criterio, buscando que no alteren tanto los espacios históricos o singulares. La primera vez que me topé con una, creí que eran ceniceros para cíclopes, y miré hacia arriba no fuese a ser sepultado por la ceniza. Las llaman macetas Gulliver. Su tamaño choca a la vista, parece cómo si las tienes que mirar quieras o no. Pero pronto pasaremos por delante de ellas sin sentir que estamos ante el primo de Zumosol. El ser humano se acostumbra a todo. A todo, salvo a llamarse Chindasvinto.

Desde luego, el diseñador de las macetas no era un minimalista. Parece que te están diciendo: «Soy de Bilbao y tú no». Su rojo chillón te dirige la mirada. Es verlas y entrarme ganas de comer pimientos del Bierzo. O preguntarme qué habrá sido de aquella novia rusa tan maja.

Pero el urbanismo no es tanto cuestión de tamaño, como de proporción. Ni siquiera grande y grandioso significan lo mismo. Veámoslo. Grandiosas son, por ejemplo, la muralla china, Las Médulas, nuestra Pulchra, la Quinta Sinfonía de Mahler o el final de «Casablanca». Y grandes son, por citar también unos ejemplines, las alegrías y las penas, las deudas municipales, las túnicas de Falete, la burra ande o no ande, y Marcial, claro. Estas macetas no son grandes ni grandiosas, sino enormes. Su imponente tamaño es toda su jerarquía. En el mejor de los casos, efectismo agradable. En el peor, una desagradable visión. Sea como sea, el asunto no da para un congreso de estética, ni tiene detrás la filosofía del simple y misterioso bonsái. Sólo enormes, como el traje nuevo del emperador.