FRONTERIZOS
La economía, estúpido
Sospecho que si se resumiera en una gráfica la trayectoria temporal de cada presidente de gobierno de la reciente historia de España, todas tendrían una línea muy parecida: una montaña esquemática en la que las únicas diferencias comparativas serían las del tiempo que ha tardado cada uno en llegar a la cumbre y la rapidez de la caída. Todos los presidentes de la democracia española han tenido su momento de gloria y su posterior vía crucis antes de convertirse en ese jarrón chino, valioso pero molesto regalo de la suegra, que nadie sabe donde colocar. Adolfo Suárez abandonado por los suyos y enfrentado a ese final sainetesco de golpistas con tricornio. Felipe González hundido en un aparatoso fango de corrupción. José María Aznar atrapado por sus sueños de estadista y sus mentiras. Calvo Sotelo no cuenta: su gestión fue tan breve que ni tiempo tuvo de caer en desgracia.
Zapatero llegó al poder por accidente y quiso aprovechar la ocasión para poner en marcha un bienintencionado programa de regeneración progresista que le dio cierto resultado en un primer momento. Pero parece que las dos tardes de clases de economía que le proporcionó Jordi Sevilla no fueron suficientes para que el presidente fuera consciente de que las reformas son inútiles si no hay dinero para afrontarlas. Y en su mediocre equipo no encontró a un James Carville, aquel asesor de Bill Clinton que le impulsó hasta la Casa Blanca y que se hizo famoso por su eslogan «¡es la economía, estúpido!» que, según la leyenda, fue escrito en un cartel de la oficina electoral del candidato demócrata como mensaje central de la campaña. Los titubeos erráticos de ZP han conseguido que las consecuencias de una crisis tan profunda como la que estamos sufriendo hayan puesto al país al borde del abismo y, además, deja a los socialistas ante la compleja situación de enfrentarse a su desmotivado electorado tras tomar a la fuerza aquellas medidas neoliberales que hace sólo dos años despreció nuestro presidente. Incluso algunas con las que ni siquiera había soñado, como es la reforma express de la Constitución para incluir vía rodillo mayoritario el déficit cero en el aparato legislativo básico. Una situación que definió certeramente Vicente Verdú: «hay progresistas que de serlo tanto al antiguo modo se convierten en un peligro para el progreso».
Es la economía, estúpido. Esa disciplina precisa para explicar el pasado e inútil para calcular el futuro. Una disciplina de ciencias que va arrojando expresiones misteriosas que tienen su propio hermetismo literario: «en el mercado interbancario hay señales de estrés», «la bolsa está volátil»… Un fraseo indescifrable que ha acabado dibujando la gráfica decadente del próximo jarrón chino, con domicilio en León.