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Publicado por
MANUEL CAMPO VIDAL
León

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Que Alfredo Pérez Rubalcaba se pudiera quemar para la política ya era un riesgo calculado cuando aceptó pilotar un PSOE en decadencia electoral. El reto asumido era titánico, con un PP con ventaja de trece puntos. Y todavía algo peor: la desbandada socialista en algunas provincias azuzada por la incertidumbre del cambio de liderazgo y por una derrota electoral muy dura, como la sufrida en Extremadura, Castilla La Mancha, Asturias, Baleares o Aragón y en tantas capitales importantes, entre ellas Barcelona y Sevilla. Lo que no se contaba es que el efecto Rubalcaba se pudiera a quemar en semanas a base de bandazos inesperados del Gobierno Zapatero. Esa es la polémica actual en el interior del PSOE con opiniones muy diversas. Para unos todavía queda Alfredo para rato y destacan su capacidad para reinventarse. Otros estiman que quien se lo pone más difícil es el propio Presidente. El lendakari Patxi López y Abel Caballero, alcalde de Vigo, una de las pocas ciudades importantes que le quedan al PSOE, coinciden en que el efecto Rubalcaba en el electorado sería impactante de no contar con el recorte de expectativas que procede de sus propias filas. De la tensión sobre las primarias ya nadie se acuerda y cada día que pasa la unanimidad interna en torno Rubalcaba crece. Los beneficios de aprovechar los meses de Julio y Agosto, sin apenas un día de vacaciones, en su gira continua por España, se aprecian en el Partido Socialista. Pero fuera ha ganado también algún espacio como se pudo apreciar en la reunión con empresarios vascos el pasado jueves. Allí se le agradeció su eficaz trabajo frente al terrorismo de ETA. «Ahora, por fin, podemos dedicarnos a trabajar tranquilos en nuestras empresas», se dijo públicamente. Un importante emprendedor alavés comentaba ayer: «Les digo a mis amigos del PP que seguramente ganarán, pero que Rubalcaba convence más, así que si quieren gobernar que espabilen». La reforma de la Constitución por la vía rápida y solo consensuada con el PP ha alejado a los nacionalistas. Pero también ha significado levantar un muro de separación entre Rubalcaba, que ya advirtió internamente que él lo hubiera hecho de otro modo, y la izquierda dispersa que está desencantada en casa, o en la calle. Gestos como el de incluir a Rosa Aguilar en las listas del PSOE, o el acercamiento discreto a los movimientos populares, se pulverizan con operaciones como la de la semana pasada. Aún así, Rubalcaba consiguió detener la zozobra socialista que se gestaba el lunes con los diputados del PSC dispuestos a romper la disciplina de voto y varias docenas más de disconformes. Solo votó en contra, al final, el independiente Antonio Gutierrez, de CC.OO, y otro diputado que se equivocó al apretar el botón. Salvaron la situación al límite. Pero la media hora de mercadeo negociador entre grupos, en el propio hemiciclo, escenificó que la política en este país se juega a tandas de penaltis. Entretanto, la presidenta de Castilla La Mancha, María Dolores Cospedal, sigue marcando el ritmo de los gobiernos autonómicos populares. Con la cobertura de que cada día descubre nuevos descalabros económicos heredados de Bono y Barreda, la profundidad de los recortes de personal, presupuesto y organismos públicos ha estremecido a una opinión pública deseosa de que alguien tome decisiones, aunque sean tan duras. A Mariano Rajoy le ha bastado con bendecir sus decisiones para hacer saber que su proyecto de gobierno irá por ahí. Algún presidente autonómico popular, como Pedro Sanz, de La Rioja, quiere seguir ese camino. Otros como el murciano Valcárcel, el valenciano Fabra, y en menor medida Esperanza Aguirre, seguramente no pueden hacerlo porque sus cuentas están todavía peor que las descritas por Cospedal. El día que alguien explique porque Murcia y Valencia pagan a dos años a sus proveedores, se completará el cuadro de la España del derroche que supuestamente triunfó en las últimas décadas. Y que ahora padecemos.