Diario de León
Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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La Constitución habla de comunidades históricas —las que tuvieron estatuto de autonomía en la II República— pero mucho más históricas que las comunidades son las provincias. Las autonomías llevan funcionando treinta años y las provincias nada menos que ciento ochenta. Tal vez por ello ser leonés es algo muy cierto y tangible y ser castellano—leonés es algo más bien borroso y administrativo.

Y es que las provincias están muy vivas, no hay quien pueda con ellas. Son instrumentos perfectos de cohesión social. Y eso es así porque fueron delimitadas a una escala más humana, más abarcable. Son hijas de la Ilustración y de la geografía.

Si las provincias desapareciesen, las echaríamos de menos. Sin embargo, si sucediera lo mismo con la comunidad autónoma de Castilla y León muy probablemente no la añoraría casi nadie salvo unos centenares de políticos y funcionarios. Guste o no guste, es la verdad.

Por mi parte, y como tantos otros leoneses, expresé mi esperanza en la autonomía de la cuenca del Duero; pero treinta años después creo que el invento no ha cuajado. Que funciona en lo material, pero no en lo emocional.

Castilla y León es, además, la autonomía más extraña. Una especie de gigantesco cajón de sastre del que se fugaron Cantabria y la Rioja, posibilidad que no se le reconoció a la región leonesa. Y esa discriminación de partida es algo que el tiempo no ha restañado ni creo que lo haga nunca.

Sea como fuere, es evidente que las provincias tienen razón de ser, son acogedoras. Uno mira el mapa de León y se siente cómodo dentro. Uno mira el mapa autonómico y lee Arenas de San Pedro, Almazán o Ayllón y se queda bastante frío. Sobre todo en Ayllón, donde la temperatura suele ser muy baja.

Tampoco es viable ahora, ni creo que lo fuese antes una autonomía leonesa, con Zamora y Salamanca. Sería rarísimo que los salmantinos dieran su conformidad. Por ello y por muchas otras razones, terminamos volviendo al modelo de la provincia.

Los leoneses nos sentimos muy provinciales. Y eso que nuestra demarcación es muy variada; agrupa tierras muy diversas. Pero eso es bastante más habitual de lo que se cree; también ocurre en muchas otras provincias.

Lo que cuenta es que, artificiales o no en su origen, han creado una impronta auténtica. Ese misterioso denominador común que aúna a los vecinos de Sahagún con los del remoto valle de Ancares. A los cabreireses con los de Valdeón. A los ponferradinos con la ribera del Cea. La provincia es un invento entre racionalista y literario, pero funciona. Y la de León es una de las más extensas y sugerentes; de las más ricas en historias, paisajes y palabras. Es una provincia infinita dentro de unos límites finitos.

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