11-SO palurdos

11 de septiembre, mal día para dejar de fumar. Por si aún no se han enterado de los espantosos rigores de la realidad, cosa que me extraña, hoy se cumple el décimo aniversario de una experiencia memorable que logró sacar a relucir lo más puñetero de la condición humana. El huracán de la vida, o de la muerte en este caso, se llevó por delante algunos de los principales iconos urbanos de los Estados Unidos y, con ellos, buena parte de la autoconfianza que exhibía a modo de mayúsculo galardón la primera potencia mundial. Fue otro paso adelante en el terreno de lo que nunca debe hacerse, además de constituir el punto de partida para una situación que una década más tarde sigue sin tener buen arreglo, agravada además por el holocausto financiero que provoca en los corazones un latido de bum-bum. Pero el 11 de septiembre es día de otras efemérides a incluir en el santoral casero, como esa palurda masacre perpetrada en un pobre toro por el pueblo de Tordesillas, imagen a incluir en el museo de los horrores más necios.

En vez de sumergirse en holganzas y primores, tal como recomiendan los clásicos para festejar, el común vallisoletano hace alarde de la congénita barbarie hispana y, en un ejercicio de brutismo a tiempo completo, se regocija en torturar a un hermoso animal hasta su muerte. Semejante barbarie se ampara, como no podía ser menos, en la cantinela de la tradición, aunque en realidad se trata de exhibir una mentalidad troglodita que exuda miseria moral. Gracias a Dios, aquí en León no se estilan joyitas rituales de tal calibre. Muy al contrario, de vez en cuando se dan pasos en la buena dirección. Por ejemplo, el oasis para osos que ha dispuesto la Federación para la Protección de Animales Salvajes en el Alto Sil. O la fianza millonaria impuesta a los impulsores de un parque eólico sito en un paraje habitado por la colonia de urogallos más meridional de Europa. Así se hacen las cosas, coño.