AL DÍA
Escándalos en el deporte
No todo es política, afortunadamente. Sufren el Madrid y el Barcelona contra el pronóstico de quienes auguraban que esta es una Liga de dos y que el resto sólo juega por ser tercero. Ya veremos. Pero es verdad que no hay competición de verdad si dos equipos tienen presupuestos que triplican y hasta multiplican por diez los de los demás. Si dos equipos pueden fichar a los mejores y el resto no tienen ni para pipas. Si de los derechos de televisión, los dos grandes se llevan casi todo el pastel y el resto se reparte las migajas.
Igual que no es posible una liga catalana o vasca, tampoco lo es una exclusiva del Madrid y del Barça y, por eso, habría que introducir criterios correctores para igualar más la competición. Si hablamos de deporte, porque si hablamos de espectáculo, el que paga tiene derecho a exigir y el que vende más, a cobrar más. Un cierto equilibrio haría bien al fútbol, aunque siempre hay capacidad para la sorpresa y para el buen trabajo.
Tampoco es de recibo que determinados equipos ahogados por las deudas generadas por unos pésimos gestores aprovechen la Ley Concursal —esperemos que la reciente reforma evite de una vez para siempre este escándalo— para no pagar ni a los jugadores ni a sus proveedores. Y que no pase nada. Bueno, pasa que acaban haciendo trampas y fichando a través de terceros lo que no pueden fichar legalmente.
La huelga de los futbolistas, la pelea por el reparto de los dineros del fútbol son sólo el iceberg de un mundo donde el agujero negro de las deudas y las maniobras «legales» son una constante. Y en medio de todo eso, que los clubes intenten cobrar a las radios por transmitir los partidos es una ofensa al sentido común y un insulto a lo que la radio ha hecho por el fútbol. ¿Fútbol es fútbol o fútbol es pasta? ¿España es también diferente en fútbol?
Pero no sólo es en el fútbol y en España. Rafa Nadal acaba de decir públicamente a los organizadores del Open de Estados Unidos que «sólo pensáis en el dinero» porque la mercantilización del tenis allí es el primer y único mandamiento. Y aquí, en nuestra casa, en el baloncesto hay escándalos que apenas salen en los periódicos pero que demuestran que no todos somos iguales ante la ley.
En el Barcelona jugará la próxima temporada, como ciudadano comunitario, el «primer congoleño nacido en Atlanta». C.J. Wallace es americano, intentó conseguir la nacionalidad albanesa —país que no ha pisado— y como no se la dieron, se ha hecho con la del Congo, aunque, posiblemente, no sepa ni dónde está en el mapa. Otros jugadores se han hecho con pasaportes del Chad o de Madagascar, países que están adheridos a un convenio que, al parecer, sólo sirve para eso. Y no pasa nada. Juegan en la Liga como «comunitarios». ¿Por qué la ley es diferente para ellos?