Desmemoria

Somos lo que somos capaces de recordar. La memoria se rellena a partes iguales a base de la huella de lo vivido y del fruto de la imaginación. El papel de ésta es tan crucial que en ocasiones cambia por completo la realidad. Por eso la nostalgia, con la que nada puede competir. La melancolía del recuerdo, la certeza de todo lo que hemos perdido, de las despedidas. Pero al menos aún podemos utilizar el pasado para seguir moldeando la vida. Vivimos porque seguimos acordándonos de aquello en lo que una vez creímos, porque podemos recordar a quienes quisimos, lo que nos hizo padecer y todo lo que nos ayudó a seguir adelante. Sí, somos lo que recordamos y también lo que una vez recordaron otros. Por eso podemos evocar sin haber vivido, alejando a los demás de la inclusa de la desmemoria.

Con mi memoria garantizo que mis muertos no lo estarán siempre, o no tanto. Recuerdo el día en que mi abuela se fue de excursión al frente para visitar a un marido al que hacía meses no veía con igual intensidad que mi mente me devuelve a aquella tarde en Liencres, cuando las vivencias con mi hermana pudieron fundirse para siempre. Lo mismo ocurre hacia delante. Cuando nace un niño se abre un nuevo armario en la memoria para acoger el tiempo que él aún no puede archivar. El tiempo perdido, el de los que nos precedieron y el de los que tendrán que dar testimonio del nuestro. El recuerdo es un cordón invisible que une generaciones, memoria íntima que va moldeando el futuro antes de que este sea más que una mera posibilidad. Por eso el alzhéimer ciega la vida de todos cuantos rodean a quien sufre la enfermedad.

Dicen que el primer síntoma del mal es la apatía, la indiferencia por cuanto nos rodea. Es lógico que perdamos interés ante una vida que ya no lo es tanto, porque vivir cada día es recordar el anterior. Los mejores regalos son los que el boomerang de nuestra mente nos devuelve: aquel olor que creíamos extraviado, el timbre de una voz lejana, ese lugar al que creímos no poder regresar… la vida, un álbum al que vamos pegando experiencias. Algunas, esas piedras en las que tropezamos una y otra vez, nos ayudan a sobrevivir; otras, más cálidas, son las que nos dan sentido. La memoria, la capacidad de creer que con lo vivido podemos cambiar el universo, que nos podemos librar de las estachas de la ballena.