Diario de León
Publicado por
Antonio García Cenador, psicoanalista. león
León

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Un saber sunami

Es un hecho —aunque pase desapercibido— que los seres que hablamos, «somos hablados». De cada uno de nosotros se han dicho muchas cosas: elogiosas y despectivas. Se nos ha hecho saber qué se espera de nosotros, qué somos para nuestros padres. ¿Somos valorados, dignos de ser amados, un estorbo, un cero a la izquierda, un banco de órganos para el hermano enfermo, el báculo de su vejez, aquel que reemplazará al hijo muerto, la moneda de chantaje en los divorcios…?

«Ser hablados», con todas sus consecuencias es necesario para que el infans (el bebé que aún no habla) acceda al lenguaje y entre en el mundo humano, en el orden simbólico. Pero…hay que hacer un hueco para lo que el niño tenga que decir. Lo preocupante es que dicho hueco es cada vez más reducido. Habrán observado que se ha producido una inundación del saber psicológico con el añadido de que padres y profesores se consideran obligados a embalsar la mayor cantidad de ese saber estandarizado, igual para todos, que se refiere a un niño ideal que —precisamente por ser ideal— no existe. Y, ¿qué sucede cuando un niño tiene problemas?

Se abren las compuertas del saber empantanado y se derrama —cual sunami— sobre el niño. Padres, profesores, psicólogos, pedagogos, las amigas… diagnostican, aconsejan, pronostican, profetizan… injurian, abroncan, le hacen responsable del malestar familiar. Estruendo ensordecedor que le inunda y del que —en el mejor de los casos— se defiende aunque no sea de buena manera. El niño se encuentra con que todos saben por qué hace o no hace y además saben cómo adiestrarlo, adaptarlo, rehabilitarlo, reformarlo. ¿Alguien ha pensado que el niño tiene algo que decir, que él tiene un saber personal?

Interesarse por lo que él sabe, darle la oportunidad de decirlo y responsabilizarse de su palabra, es la manera de que el sujeto no perezca ahogado en este baño por inmersión.

Poder interesarse por lo que el niño tiene para decir, escucharle, exige de los adultos la aceptación de que no son los dueños del saber, que también ellos —los adultos— tienen problemas. Cuando un padre o un profesor se psicoanaliza, no sólo se beneficia él; también alcanza este beneficio a sus hijos o a sus alumnos: no los cargan con sus problemas, ni descargan sobre ellos.

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