Diario de León
Publicado por
César Gavela
León

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En el Parador Pereira de Villafranca paran y moran las palabras bellas, las palabras de agua y tiempo, de piedra y fuego. Un fuego que sucede en las casas y los campos, en el corazón de la mujer y del hombre. En los sueños. La palabra Pereira suena a Antonio Pereira. No solo dice un nombre, dice un decir. Y un decir que es todo el mundo a su paso por Pereira. Todo el mundo aquel y éste, de montes y ríos, de valles y ciudades. Pero, sobre todo, el mundo propio de Antonio, su modo de mirarlo. De ver luces nuevas, sonidos que son raíces.

Pereira: la voz. Cierren los ojos y ahí está. Antonio siempre habla. Le hemos escuchado, quedó. Nutre nuestra memoria, pero lo hace, siempre, desde dentro. No llegó de fuera, aunque llegara. Pero estaba tan destinado a ser nuestro, que se instaló de otro modo.

Lo suyo no fue un llegar, fue un seguir estando. Antes estaba de otro modo, uno que no sabríamos explicar.

El hombre, la mujer, el niño son palabras. El idioma es la gran conquista del ser humano. Todo se puede resolver con palabras, todo se puede amar, todo se puede consolar, todo. Y todo se puede inventar. Y llorar y reír. Es el gran don que tenemos.

Antonio Pereira habla. Cuenta. Es un hombre mayor y no lo es. Porque su voz, la que más conocimos, estaba fundida con la de aquel niño que jugaba por las calles de Villafranca. Con la del adolescente enamoradizo, tímido, ferretero y estudiante que mandaba artículos a los trece años a este querido diario. Su voz es una constelación de pájaros del Bierzo y del mundo, de aguas del Burbia y del Río de la Plata. Pereira es un camino hacia la sencillez y lo verdadero, hacia la honradez del arte. Él fue un gran escritor y no fue bien tratado. Gentes oscuras y ambiciosas, de sonrisa beatífica pero de proceder implacable, le hicieron daño.

Él se reía; él sabía que al final iba a ganarles la partida. No solo la del cariño de la gente, no solo la del mito y la autenticidad, sino también, y sobre todo, la partida del arte. Los cuentos de Pereira son el mayor monumento narrativo de esta provincia desde Gil y Carrasco.

Pereira es un decir contenido; no necesitó tantos libros para expresar su misterio. Pereira es un estilo, un modo de mover el castellano. Mucho más moderno de lo que muchos creen, más elaborado y fecundo, tan arraigado como universal.

Parador Pereira: habrá que ir a ese lugar, aunque sea a tomar un café. Porque Antonio ha de sonar ahí muy bien, aunque en muchas más partes suena. En todas donde esté alguien que lo escuchó, que pudo disfrutar de su presencia. En todas donde alguien lo lea. De su contar se eleva una música. La música de Pereira. La música de la vida. Del amor y el dolor, del gozo y la muerte. Y el humor y el Noroeste.

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