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León

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En una anterior columna sobre el Instituto Confuncio deseé que este proyecto no terminase como el discurso de Pepe Isbert desde el balcón, en Bienvenido Míster Marshall : «Como alcalde vuestro que soy os debo una explicación, y esa explicación os la voy a dar porque os la debo». Pero el gobierno chino no pasó de largo, como ocurre en la película con el estadounidense. Curiosamente, el domingo este periódico ofrecía a sus lectores dicha obra maestra, como inicio de una colección homenaje a Berlanga, y ayer Rodríguez Zapatero inauguraba en León la sede provisional de tan importante centro. Sólo caben los buenos deseos para este proyecto, que promoverá el aprendizaje del chino y facilitará las relaciones empresariales y culturales entre ambos países. Ante la crisis que padecemos, consuela pensar que ya 550 años antes de Cristo, Confucio hizo reflexiones sobre la virtud y la búsqueda del equilibrio interior que hoy nos siguen ayudando a ser mejores. Cabe preguntarse ante las lecciones del pasado: ¿Dentro de cien años se acordarán no ya de nosotros sino de nuestra época? ¿Alguien nos llamará constructores de catedrales? ¿Se dirá que supimos vencer con solidaridad los reveses?

Esta inauguración ha sido posiblemente una de las últimas satisfacciones que le ha dado a Rodríguez Zapatero el desempeño de su poder. ¿Fue todo un sueño?, se preguntará pronto, si es que no ha empezado. Pero esto ya muchos otros ex gobernantes se lo preguntaron antes. Nada hay nuevo bajo el sol, ni siquiera los eclipses.

Ayer recorrí bajo el solazo parte del itinerario que hizo Ramón Carnicer por La Cabrera. En un bar de Torneros de Valdería me llamó la atención un cartel con la imagen de Francisco Franco, debajo de la que se leía: «¡Joderos, conmigo sí se podía fumar!». Un español y un chino es posible que no se rían con las mismas situaciones, más aún, muchas veces lo que a ti te hace gracia a tu vecino del segundo le deja indiferente, o le irrita, pero, admitámoslo, tanto en Occidente como en Oriente, sin humor hubiéramos sido civilizaciones no sólo más tristes, sino más pobres. Reír juntos es una de las manifestaciones más ancestrales del milagro de estar vivos. Y me da que Confucio habría estado de acuerdo.

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