FUEGO AMIGO
El legado de Delibes
Coincidiendo con el que hubiera sido (este lunes) su 91 cumpleaños, se va a presentar la Fundación Miguel Delibes. El escritor se despidió en marzo del 2010 y hasta entonces todos los octubres posteriores al Nobel de Cela (1989) barajaron la expectativa con una decepción. Pasados unos días, el cumpleaños del novelista orillaba el desdén sueco. Parte del encanto personal de Delibes se debía a su olfato para preservarse de la glotonería de los premios y del zarandeo de los homenajes. Ocurrió en el protocolo de sus funerales, donde el afecto popular realzó la falta de reflejos de las instituciones del Estado. Ahora la Fundación se constituye con boato y prontitud, agrupando los apoyos pertinentes.
La discreción de Delibes caló en la gente, que supo apreciarlo como el más ilustre y querido de los suyos. El escritor nos ha legado su imagen de hombre cabal, que supo vivir casi noventa años sin meterse en figuras ni dejarse seducir por enredos.
Y esto en un tiempo áspero, que primero puso trampas en su camino profesional y luego trató de adornarse con su prestigio literario. Esa integridad del personaje que no incurre en arrumacos de vanagloria fue el broche a una trayectoria intachable. Se las tuvo con el todopoderoso ministro Fraga hasta perder la dirección de su periódico; dijo adiós a la Academia cuando comprobó que ir allí suponía una pérdida de tiempo; y rechazó la millonada del Planeta para mantener su dignidad al margen de compadreos.
Quizá por todo eso, a diferencia de otros colegas áulicos, no recibió en vida ninguno de los colgantes nobiliarios que reserva la Corona para los del gremio. Ni títulos ni toisones. Siempre se mostró a gusto entre sus personajes. Como uno más.
Desde su estreno en 1948, la obra de Delibes protagoniza la segunda mitad del siglo veinte de la literatura española, depositando en cada década algunos de los mejores libros del período. Los especialistas resaltan en Delibes la coherencia y la fidelidad a un universo narrativo que fue creciendo durante medio siglo. Sus novelas, escritas en un castellano de cautivadora austeridad, se desarrollan en torno a unas constantes temáticas que definen el compromiso moral y la preocupación ética del autor. La obra de Delibes combina el rechazo radical de cualquier manifestación de intolerancia, el primor en la recreación del paisaje y la traslación de un castellano coloquial que ahí alcanza su mejor expresión contemporánea. Entre sus libros, hay uno dedicado en su mayor parte a León: Mis amigas las truchas (1977), que recoge sus jornadas de pesca en nuestros ríos y las enseñanzas de paisanos como Pastorín, de Benavides de Órbigo, de Samuel el de Garaño o de Paulino, que le reprende en el bar de Sandalio, en El Castillo.