Diario de León
Publicado por
luis artigue
León

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Días en los que la vida sopla abruptamente, y te tacha, y te humilla hasta situarte de pronto ante tu propia fragilidad mediante tribulaciones laborales me recuerdan que, aunque no sé si la adversidad, con lo que ésta tiene de conocimiento de uno mismo en uno, forma parte de las maniobras que alguien hace en la oscuridad, sí tengo claro que la vida te somete drásticamente a cambios que te ponen a prueba: o te adaptas y elevas tu nivel de conciencia, o te quedas atrás.

Tal vez por eso hoy, mientras omito en este párrafo una cargada frase que Belén Gopegui dejó escrita en La escala de los mapas —esta semana esta novelista, para mí la mejor de su generación, estará en León junto a otros narradores— tengo más ganas de trabajar de verdad en Cultura, esto es, tengo ganas de escribir (esta vez sobre el restringido don de la belleza).

En este sentido al fotógrato villafranquino Robés, que actualmente tiene abierta una exposición sobre la obra de Antonio Pereira titulada El oficio de mirar en la Sala de las Carnicerías —parece el título de una novela gótica en vez del nombre de la sala de exposiciones que la Caja tiene en el Barrio Húmedo— uno lo imagina sin parar de sacar fotos así, como si en él hacerlo fuera algo orgánico, como si quisiera no cesar de dejar documentos se la vida en la Tierra, o como si su misión vital autoimpuesta fuera realzar el momento o realzar a la persona retratada mediante su oracular cámara.

Es una exposición simbiótica de fotos y textos, una comunión de mundos, y en verdad impacta lo dotado que está Robés para el arte de encuadrar.

Conviven textos e imágenes, se abrazan, se funden, conformando un homenaje no sólo a la obra de ese buen abuelo del mundo que era, que es, Antonio Pereira, sino también a Villafranca del Bierzo, ciudad suspendida en el vértice del tiempo con un punto de surreal que habría fascinado a los poetas decadentistas por su aspecto anacrónico, por su noche olorosa y balsámica, por su apariencia de contexto de libro intimista…

Paseamos ante las fotos de Robés con irreprimibles ganas de meternos dentro de ellas, las miramos como quien recorre embriagado de serenidad la Calle del Agua, y se encuentra con Pereira, y él nos apostilla y guía por su ciudad de poniente como Virgilio guió a Dante. Si, son fotos como letreros de posada que invitan a entrar y quedase. La hospitalidad de la belleza. Instantáneas que, en su sentido homenaje al costumbrismo universalista, a la imaginación alada y a la benignidad, te educan la mirada, te enseñan a reparar en la magia los detalles y celebras así el valor mejorador de la cultura… Y, a pesar hasta de las contrariedades ya menos lacerantes, vuelves igual que siempre a disfrutar como si hubieras sido citado en una parábola como ejemplo de cualquier cosa.

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