Diario de León
Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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En el horizonte sofocado de restricciones emerge el centenario de Campos de Castilla (1912), cuya celebración nos regala un encuentro privilegiado con la poesía esencial, que se nutre de contenidos vigentes al cabo de un siglo. Tan actuales como el amor a la naturaleza, los agobios humanos o la experiencia de una España otra vez menoscaba. Hace apenas un lustro conmemoramos la llegada de Antonio Machado a nuestra Comunidad por la puerta de Soria. En su caso, la poesía va unida a las escalas de la vida. Una infancia andaluza, su juventud en el Madrid poseído por el aura de Rubén Darío, la decantada interiorización del paisaje castellano junto al Duero, el matrimonio con Leonor y la abatida soledad en que lo instaló su muerte. Esta estancia soriana nos legó sus versos más hermosos, los poemas al Duero, la doliente denuncia del cainismo, el canto a los paisajes fríos y puros.

Luego, se suceden los años de Baeza, donde descubre la Andalucía más severa e intransigente, y el reencuentro en Segovia con una nueva dimensión de Castilla, donde reverdece el amor y cristaliza el compromiso con los anhelos del país, primero a través de la Universidad Popular y después con la Agrupación al Servicio de la República. Los últimos pasos del poeta hasta su muerte en el exilio resultan de sobra conocidos. En Soria y Segovia encontró los amores de su vida y el paisaje que universalizó su poesía. Su boda de mozo viejo con la niña Leonor espoleó la cencerrada de los jóvenes calaveras de la ciudad del Duero, que nublaron su felicidad en la ceremonia y en la partida del viaje de novios. Leonor era hija de guardia civil y había nacido en el cuartel instalado en el castillo de Almenar, donde Bécquer situó una de sus leyendas y Aldecoa una de sus novelas.

En Segovia se le apareció la poetisa Pilar Valderrama, cuñada del escultor Victorio Macho, a la que Machado protegió con el velo de Guiomar, un nombre tomado de la mujer de Jorge Manrique. Como sus versos no valían nada, la señora trató de sacar un rédito de aquella infidelidad desgranando el romance en suavizadas confidencias. También manipuló las cartas del poeta que sobrevivieron al fuego. El grueso de los papeles del poeta quedó en poder de su hermano Manuel, cuya viuda, antes de profesar como monja de clausura en Barcelona, los repartió entre la Diputación de Burgos, el cura don Bonifacio Zamora (un personaje de Esquivias) y su hermano Francisco Machado, funcionario de prisiones en la España franquista. El legado burgalés se publicó en dos volúmenes. La otra parte recayó por subasta en Unicaja. Nuestro corazón de roble recibió el aliento de sus mejores versos. Los mismos que al poeta le sirvieron para superar el derrumbe emocional de la muerte de Leonor.

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