LA SEMANA
20-N: fin de una era de privilegios
No sólo porque hay elecciones y con toda probabilidad cambio de partido en el gobierno. Ni tampoco porque fracasó el modelo productivo de crecimiento iniciado en la época Aznar, y consolidado con Zapatero, y se busca otro desesperadamente. O porque ETA bajó la persiana aunque todavía no cerró el negocio. El 20-N marcará el fin de la época de los bolsillos rotos en las administraciones, del «mal de piedra» de tantos alcaldes, de los museos sin cuadros, de las ciudades de la cultura sin contenido, de los auditorios sin apenas conciertos y de los aeropuertos sin aviones, entre otros derroches. La purga es molesta pero necesitamos superar ese empacho de mala administración, todo a crédito. «Presidente: en los ayuntamientos hacemos lo que debemos y debemos todo lo que hacemos», le espetó a José Luis Rodríguez Zapatero el ex presidente de la FEMP Pedro Castro.
Fin de época y, seguramente, inicio del fin de privilegios. Esta sociedad es dual: buena parte de los empleados tienen el trabajo en peligro, o lo ha perdido ya, y otra muy importante lo tiene asegurado de por vida, en la función pública y empresas equivalentes, sin exigencias de calidad ni productividad. «¿Que piden los sindicatos en la negociación para el 2012», preguntaba el jueves pasado la presidenta Yolanda Barcina a su vicepresidente, el socialista Roberto Jiménez. «Una subida del IPC más dos puntos», respondió ante el estupor de la mesa que compartíamos con el presidente de los empresarios y directivos del Diario de Navarra . El conflicto está servido. Quien gobierne lo tendrá muy difícil para recortar y transformar pero se aliará con los ciudadanos que, en época de depresión, no tolera privilegios.
Falta una cuenta por hacer: la del dinero que ya se ha conseguido retener con los recortes de obras, banquetes y festivales varios. No hace falta el 20-N para que suene la alarma sino para situarlo oficialmente, como un marcador en el calendario de un profundo cambio en la actuación pública.
Para gobernar esa nueva época está el cuadro dibujado pero todavía no pintado. Queda una semana. Mariano Rajoy aparece como presidente a lápiz pero los socialistas pelean para que Rubalcaba limite su poder y destaque en la imagen final. Incluso en el Partido Popular se desea un resultado digno del candidato socialista: «Aguanta, Alfredo, aguanta», le dijo uno de los populares con mayor influencia la otra noche cuando se despedía. Rubalcaba ya ha anunciado que aguantará pero es el electorado el que determinará su relevancia en la foto final.
Entretanto Durán Lleida, que en los últimos días mete la pata por la mañana y pide disculpas por la tarde, quiere un gobierno de concentración. Desde Santiago Carrillo, que temía por una marginación política del PCE, nadie había pedido lo mismo. El cara a cara entre Rajoy y Rubalcaba confirmó algunos datos interesantes sobre el futuro inmediato: hay posibilidad clara de llegar a acuerdos en asuntos no menores, como la conciliación laboral, los horarios, también para evitar duplicidades en las administraciones y en tantas cosas más. Pero, sobre todo, compromiso de compartir sin fisuras una misma política, gobierne quien gobierne, sobre el fin del terrorismo. Es tal la contrariedad de ETA y su entorno ante el acuerdo que ambos líderes escenificaron en el debate del lunes, que los etarras emitieron un comunicado insólito en el que no ahorraron elogios a Rajoy. Se les escapó el tren y corren detrás.
El domingo España elige presidente del Gobierno pero también vota el peso del líder de la oposición que será imprescindible en futuros pactos de Estado. Todo eso en una Europa en la que ya han caído dos primeros ministros, en Grecia e Italia, sin elecciones. Bastó el veredicto de los mercados. Mejor votar a que te boten.
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