Diario de León
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ANTONIO CASADO
León

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No recuerdo tanta unanimidad de las encuestas en elecciones anteriores. Todo se encamina hacia una noche electoral con lluvia de escaños sobre la parte azul del mapa político nacional. En esta ocasión va a inundarse, salvo tres o cuatro provincias de color rojo y las consabidas de los nacionalismos periféricos.

Eso dicen los sondeos publicados al borde del plazo legal. Cinco días antes del cierre, de los que solo quedan cuatro de campaña. Con la sensación de que todo el pescado está vendido en base a dos datos fijos: la mayoría absoluta del PP muy sobrada y el hundimiento del PSOE, que obtendría el peor resultado de su historia.

Si conjugamos los dos datos, barrida del PP y desplome socialista, veremos que las cifras no permiten aplicar una relación efecto-causa entre ambos. Cierto. Basta fijarse en el avance del PP, respecto a las anteriores elecciones generales, que es de 4-5 puntos porcentuales, y en el retroceso del PSOE, que es de 14-15 puntos. Significa que la cuantía de los votos socialistas captados por el partido de Rajoy es pequeña en comparación con los que irán a otros partidos. IU básicamente. O se quedarán en su casa lamiéndose las heridas del desaliento y la desafección.

O sea, que la cantada victoria del PP se va a producir en gran parte por incomparecencia de su adversario. Algo que ya ocurrió en las elecciones generales del 2000, en las que Aznar obtuvo mayoría absoluta (183 escaños), pero no de forma tan ostensible como va a ocurrir ahora. Así se desprende de los sondeos, aunque en el PSOE te aseguran que la campaña de Rubalcaba ha conseguido acortar distancias en estos últimos días gracias a la movilización de los indecisos.

No lo sabemos. Lo que sí se ha convertido en dato imprescindible para interpretar la unanimidad de las encuestas a favor de la barrida del PP y el desplome del PSOE es que eso que los sociólogos llaman «pulsión de cambio» se está imponiendo a las apelaciones utilizadas en el discurso del candidato socialista. A saber: presentar al PP como un partido depredador del Estado del Bienestar, clavetear la idea de las dos salidas de la crisis (por la derecha y por la izquierda), denunciar la ambigüedad del programa electoral del adversario y, últimamente, reducir el papel de Rajoy al de quien se limita a leer lo que le dicta el jefe de la Faes, José María Aznar.

Pero todos los expertos coinciden en que la masiva demanda de cambio político en España es la acertada palanca electoral que va a permitir al PP ganar las elecciones sin bajarse del autobús. Porque, esa es otra, Rajoy sigue sin entrar al trapo, procurando que nadie haga olas y contando los días que faltan para la lluvia de escaños azules sobre el mapa electoral del domingo.

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