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Publicado por
ara antón
León

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No entiendo que el peso de una presentadora de TV sea causa de debate nacional. Hablamos de Estados Unidos, pero estoy segura de que podría ocurrir aquí mismo, influidos como estamos, aunque muchos no quieran admitirlo, por ellos. La cadena de noticias CNN incluye entre sus barbies prefabricadas, incomprensiblemente, a una mujer normal. Con este calificativo designo a una fémina que no pasa hambre como el resto de compañeras –ahora también compañeros- de cualquier cadena y casi de cualquier país, que saben muy bien que, o son delgados o no son.

Por lo visto, María Ramos, nombre de la desobediente hembra, además de hispana -que no latina-, tiene en su haber un brillante curriculum, que a nadie parece interesar ante su exceso de peso. A mayor abundamiento, la susodicha disidente viste ropas de lo más clásicas y lleva un peinado anodino. Y, en el colmo de la independencia y de la personalidad, usa gafas, en vez de hacerse operar, como sería lo deseable. ¿Acaso ignora que está cometiendo una falta imperdonable? Nadie cuya vida se desarrolle cara al público debería mostrar tan antiestético artilugio. Eso lo sabe hasta algún dirigente político que, ya puestos —por aquello de aprovechar la anestesia y los guantes de los cirujanos— podía haberse quitado un pedazo de nariz para añadirlo a la barbilla.

La imagen, a todas luces inapropiada de la presentadora, ha conseguido que se cree un debate en torno a su persona, en el que lo de menos es su brillante curriculum. En un país en que el exceso de peso se ha convertido en un problema sanitario, se han elevado voces que claman para que María desaparezca de la pantalla y se vaya a su casa. Si posible fuera —esto es una deducción de los hechos— debería viajar a su Nicaragua natal porque es una mala imagen para los candorosos y pueriles americanos que, al parecer, no saben lo que les conviene y si ven a alguien con más quilos de los debidos se ponen ciegos de hamburguesas y perritos. Los expertos han debido de llegar a tan profunda conclusión después de sesudos estudios, los cuales han probado, sin ninguna duda, que es la visión de esta mujer la que los empuja a inflarse de grasa y no el precio de los pescados, la carne magra y las frutas y verduras, que están muy por encima de sus posibilidades. Pensándolo bien, puede que esto último haya sido el motivo para poner de moda los esqueletos andantes, a falta de soluciones más imaginativas y poco lesivas para el presupuesto particular de políticos y banqueros.

Que yo sepa, ningún debate efectivo se ha llevado a cabo sobre los amaestrados trabajadores que dan la cara cada día exponiéndose a la opinión pública. Lucen todos sus huesos con el desparpajo y las energías de los muchos cafés ingeridos a lo largo del día, que sustituyen los alimentos que necesitarían para mantenerse en pie y que no quieren —y en muchos casos no pueden, si desean trabajar— ingerir. Y todo eso sin perder la sonrisa y sin quejarse; las lamentaciones no son nada positivas. Todo lo que nos sucede, incluidas desgracias o despóticas obligaciones que nos cree nuestra profesión, debemos enfrentarlo con optimismo y buen talante —no es coña— e incluso aceptarlo como una bendición, puesto que nos obliga a tomarnos la medida, a cambiar, a reinventarnos, a seguir luchando y a ofrecer los mejores resultados para la empresa, que, al fin y al cabo, es de lo que se trata. Domesticados y sonrientes.

Desde luego que un peso excesivo es perjudicial para la salud y algún descerebrado puede decidir imitar determinado modelo, pero ¿y la delgadez extrema? ¿Acaso esa patología no está creando serios problemas sanitarios? Desde luego que sí. Todos hemos conocido casos de personas que han llevado su obsesión por entrar en las castrantes medidas impuestas por la moda hasta una nueva programación cerebral. Esta programación, una vez aceptada e integrada en la mente, es la encargada de conducir al enfermo a la muerte. Y a muy pocos parece importarles. ¿Es que esta imagen huesuda y demacrada no se está llevando por delante vidas? Seguramente también la obesidad lo haga, pero ¡no seamos hipócritas! La polvareda levantada no se debe a un exceso de celo por la salud de los telespectadores, el verdadero problema está en rebelarse contra el sistema, sea por el motivo que sea. Obedientemente debemos aceptar las normas dictadas por una sociedad cegada por el dinero y olvidada de principios morales e incluso de la ética más elemental. No es de recibo que María pretenda tapar sus quilos y sus anodinos modos con un curriculum brillante. Lo que debe hacer es ponerse inmediatamente en manos de un asesor de imagen, que le haga entender, de una vez por todas, cuáles son las normas exigidas por nuestra sociedad para poder integrarse en ella. Si consigue llegar a darse cuenta de los errores cometidos hasta el momento, comprenderá que el pasar hambre o estar obsesionada con el «modelete» a lucir son motivaciones muy positivas para su vida y, desde luego, mucho más importantes que sus estudios o preparación intelectual. En cuanto consiga adaptarse al sistema, eso sí, rindiendo al máximo y, sobre todo, sin perder la sonrisa, verá subir sus enteros, recuperará el amor del público y, lo que es mucho más importante, el de los jefes y mandatarios de su cadena, que valorarán muy positivamente su domesticación.