Diario de León
Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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Las dos calles principales de la Ciudad del Dólar eran la avenida de la Puebla y la de España. Las otras solían tener un tono más rural; más de antes de la guerra.

Pero había otra calle más ambiciosa, en forma de abanico. Una rúa fronteriza que conecta el barrio de San Ignacio con el de San Pedro. Es la Avenida de Valdés, que ahora está en obras y que ha permanecido paralizada por no sé qué razones. O porque la ruina es muy grande. La ruina de casi todos.

La avenida de Valdés era la calle de mi familia. Había un tramo en que puerta sí y puerta también vivían mis abuelos, muchos tíos y primos, tanto paternos como maternos. Cada uno de ellos quedó en la memoria como un personaje sensacional. Y es que todos lo eran, desde su sencillez y su vida discreta aunque a ratos asombrada. En el Bierzo del penúltimo Franco.

Todos tenemos parientes que murieron hace mucho. A veces los recordamos con extrañeza, pasado un tiempo. Pero en otras ocasiones surgen desde una nueva e imprevista cercanía.

La avenida de Valdés era calle de talleres, de almacenes de piensos o harinas, de algún solar vallado. De una plaza interior estrafalaria donde copulaban los perros callejeros entre la maleza. Muy cerca, en la curva, había un sanatorio nuevo que funcionó poco o nada, no sé que pasó. Era del doctor Linares, un barcelonés republicano que creo que fue desterrado al remoto Bierzo.

La avenida guarda, sin guardar nada, esa memoria menor. Aún la podemos ver, en su nitidez gratuita, los que conocimos esa vida secundaria. Aunque la calle siempre tuvo nervio comercial y, además era la más importante de Ponferrada antes del vacío.

El vacío eran los enormes descampados que sitiaban la urbe por el norte y el poniente. Los mundos planos y pedregosos de la MSP. Que ofrecían la impresión de que Ponferrada no tenía afueras. Y es que tras el campo minero y siderúrgico venía, de repente, el murallón de las casas de varios pisos. Las afueras quedaban, artificialmente, más allá del desierto llano: en Cuatrovientos y el Canal. Ahora casi no reconozco esa avenida. Como me sucede con toda la Puebla. Muchas casas han sido sustituidas por otras o se han camuflado de árboles y adornos. La ciudad avanza, vive el tiempo que le toca. Y así debe ser.

Pero también noto que la avenida de Valdés aún resiste con su fuerza de abuelos y tíos que son palabras, son imágenes, son afectos. Son un secreto bastión de un tiempo, de una ciudad, de una mirada, de un sentir. Los muertos son muchos y nos fecundan porque también somos las personas que se fueron. De este modo se juntan todas las avenidas de Valdés en una. Y es que, como escribió el gran poeta valenciano César Simón: «vivir es despedirse».

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