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pAPELL
León

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En esta ocasión, los resultados electorales estaban predeterminados por unas encuestas recurrentes que anunciaban por unanimidad la victoria del PP por mayoría absoluta, y los presagios se han confirmado. El Partido Socialista en el Gobierno, abrasado por la recesión, era el gran perdedor en todos los sondeos, pero la derrota podía tener también grados: podía ser un honroso repliegue del apoyo popular o, sencillamente, una hecatombe. Como linde entre lo soportable y el desastre, se había fijado arbitrariamente el resultado obtenido por Joaquín Almunia en el 2000, en la etapa de mayor desfondamiento socialista después de la pérdida del poder en 1996: el PSOE obtuvo entonces 125 diputados, levemente por encima del 34% de los votos, a unos diez puntos del PP, que consiguió entonces mayoría absoluta con 183 escaños. Finalmente, Rubalcaba, con un flaco balance de 110 escaños, no ha conseguido alcanzar aquella cota, ni siquiera la que alcanzó González en 1977 tras salir el PSOE de la clandestinidad, y el PP ha reforzado su mayoría absoluta hasta los 186. Ni siquiera se han alcanzado las expectativas que el propio Partido Socialista alentaba a partir de sus propias encuestas.

Por añadidura, el PSOE ha perdido en las dos únicas comunidades en que las encuestas y los analistas anunciaban su predominio, Cataluña y Euskadi. Puede, pues hablarse con claridad de hecatombe, de una derrota cualificada con agravantes. Con este resultado, Rubalcaba, que ha desplegado un esfuerzo admirable y digno de encomio en la campaña y que se ha comportado con su proverbial señorío después del desastre, tendrá dificultades para administrar su probable retirada, junto a Rodríguez Zapatero, de la primera línea del partido. En su intervención en Ferraz, el candidato socialista, conturbado pero sereno, ha reconocido la derrota, ha asumido su papel de líder de la oposición y ha pedido la rápida convocatoria del congreso ordinario del PSOE, que debería poner en pie al partido, a partir de los escombros de hoy. De cualquier modo, Carme Chacón, candidata por antonomasia a la sucesión, derrotada contra pronóstico en Cataluña, tendrá ahora serias dificultades y probable oposición interna para imponerse a sus compañeros.

Parece claro que este dramático punto final de la legislatura para el PSOE, después del hundimiento del partido en las pasadas elecciones autonómicas y municipales, obliga a los socialistas a una profunda catarsis y a una recomposición interna de las estructuras, el ideario y el modelo de organización. La crisis general de la socialdemocracia europea llega aquí con retraso pero con extraordinaria intensidad, por lo que el centro-izquierda español tendrá que realizar un gran esfuerzo para congraciarse de nuevo con las clientelas perdidas.