Diario de León

TRIBUNA

El debate sobre el fuego

Publicado por
IVO GARCÍA ÁLVAREZ
León

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He leído con atención la extensa tribuna de Reflexiones sobre el fuego del Ingeniero Forestal Carlos Manuel Romero, con el que coincido en muchas de sus apreciaciones, y, después de haber leído con no menor atención las declaraciones efectuadas días pasados a este periódico por el señor Silván, he llegado a la conclusión de que a ambos se les escapan las verdaderas causas de esta plaga.

He de reconocer que mi único título para hablar de estos temas es ser de pueblo, pero no hace falta mucho más para darse cuenta de que los pinares de Covaleda, Valsaín y otros más cercanos como los de Sancedo, no arden porque son del pueblo. ¿Alguien en su sano juicio puede pensar que si los pueblos sacaran provecho de sus montes los dejarían quemar?

¿Qué han hecho los Políticos al respecto? Ahí tenemos la «flamante» Ley 3-2009 de Montes de Castilla y León que no solo ha expropiado, a los pueblos, los montes comunales sino incluso los particulares. ¿Alguien puede creerse que en los pueblos van a defender lo que les ha sido expropiado y que ahora es de unos señores de Valladolid? Ahora puede incluso ser perseguido el que corte en el monte un palo para apoyarse. He oído hablar del caso, sucedido hace años, de unos vecinos de un pueblo de la provincia de León que un día reconstruyeron un pontón de madera en un camino vecinal, que había sido arrasado por una tormenta, y al día siguiente estaba la pareja de la Guardia Civil interesándose sobre quien lo había hecho y no precisamente, supongo, para felicitarles por su contribución al bien común.

¿Qué han hecho los técnicos? Aquí es donde el Icona, de infausta memoria, tendría que responder. Yo solo puedo decir: meterles a los lugareños los pinos en los ojos y en cualquier otro sitio por donde les entraran. ¿Así les van a gustar los pinos? Hoy día los pinos solo van contra la vegetación autóctona pero, en aquellos años, iban contra el modo de vida de los lugareños y amenazaban su sustento. Recuerdo, cuando yo era poco más que un niño, que hubo un fuego veraniego que amenazaba entrar en una «devesa» de roble que el pueblo utilizaba, y reservaba, para cortar madera para la construcción de las casas y en una plantación de pinos que la cerraba por arriba. Era cuando se exigía la prestación personal para la lucha contra el fuego y, cuando tocó la campana, todo el pueblo se concentró en el lugar de costumbre. Con la pareja de la Guardia Civil llegamos al fuego que amenazaba la «devesa» y comenzamos a apagarlo de abajo hacia arriba. Un ingeniero del Icona, lo supimos después, apareció por arriba urgiéndonos a que subiéramos a apagar el fuego que consumía los pinos. Le contestaron que estábamos apagando y llegaríamos enseguida. Ordenó a la Guardia Civil que subiéramos inmediatamente y no nos quedó más remedio que hacerlo. Pero ya no se apagó más el fuego: estuvo ardiendo tres días, hasta que llovió; ardió toda la «devesa», aunque no se quemó ni un roble porque los bosques de roble no arden, solo arde el sotobosque, se quemaron todos los pinos, eran pequeños pero habrían ardido igual si fueran grandes porque los bosques de pinos si se queman, y ardió también una buena extensión de urces. Estoy seguro de que si nos hubieran dejado apagarlo, lo habríamos hecho en poco tiempo.

¿Que deberían hacer? Yo creo que son fundamentales dos cosas: que nadie —y cuando digo nadie quiero decir nadie: ni pastores, ni cazadores, ni bomberos, ni constructores, ni repobladores, ni… es decir: nadie, ninguno— se beneficie de que haya un fuego y que los pueblos se beneficien de que no los haya. Estoy convencido de que el aprovechamiento del monte debe representar un beneficio para los habitantes del pueblo y en ningún caso una carga. ¿Cómo es posible que un lugareño sea perseguido por cortar las ramas de una salguera que invade su propiedad y, sin embargo, la Confederación Hidrográfica arrase las márgenes del río con maquinaria pesada sin que ocurra nada? Estas actuaciones pueden dar lugar, con facilidad, a que, como es complicado quemar la sede de la Confederación o de la Consejería, opten por quemar el monte que resulta menos arriesgado.

Yo estoy convencido de que, para acabar con los incendios forestales, sería suficiente que las leyes que afectan a los montes las hicieran las gentes de los pueblos pero como los políticos que hacen las leyes, es decir los políticos importantes, son de capital y no hacen nada por tener en cuenta el punto de vista de los pueblos, tendremos incendios forestales durante algunas generaciones: luego se olvidará el pasado y dejará de haberlos.

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