Diario de León

FRONTERIZOS

Una jornada particular

Publicado por
miguel á. varela
León

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Once horas detrás de una urna dan para mucho. A mi amigo le tocó atender mesa electoral el domingo. Mi amigo tiene mucha suerte: es la quinta vez que le toca participar activamente en eso que antes llamaban, con cierto optimismo cursi, «la fiesta de la democracia». Ahora mi amigo ya no sabe cómo le llaman a eso aunque, sopesando opiniones de los agraciados en el sorteo, deduce que el personal lo denomina sencillamente «una putada».

Mi amigo asistió a la charla aclaratoria que el personal de la administración municipal vinculado a la supervisión del proceso electoral ofreció a todos los miembros de mesas. Dice que aquello fue como entrar de un empujón en una película de los Hermanos Marx. El que hacía el papel de Groucho repetía una y otra vez que «la parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte» y cuando la secretaria, ya afónica, intentó explicarle los términos contractuales de su deber cívico y legal, el sujeto en cuestión, imbuido en su papel marxista, confundió a la funcionaria municipal con Margaret Dumont y no dudó en preguntarle «¿Quiere usted casarse conmigo? ¿Es usted rica? Conteste primero a la segunda pregunta». La secretaria del ayuntamiento, todo prudencia, no llegó a darle la respuesta de manual: «nunca olvido una cara, pero con usted voy a hacer una excepción». Aún así, mi amigo está seguro de que lo pensó.

Hubo otro que hizo una propuesta constructiva: que las mesas electorales estuvieran integradas por parados. Los sesenta y pico euros de dietas que antes pagaban al contado y que ahora dicen que serán ingresados por cuenta servirían al menos para tapar algún pequeño agujero. La propuesta, dice mi amigo, parecía bastante razonable. Otro preguntó (me jura que eso también es cierto) cómo se contabilizaría un sobre que contuviera una rodaja de salchichón finamente cortada. Eran elementos que, en aquel camarote de los Marx, iban incrementando el tono surrealista de aquella performance pre-electoral. Unos días después leyó que en una mesa gallega habían aceptado como válida una papeleta al Congreso acompañada por una loncha de chorizo. Entonces mi amigo fue atando cabos: lo del 20-N había sido un guión de José Luis Cuerda para la segunda parte de Amanece, que no es poco .

Once horas detrás de una urna, ya digo, dan para mucho. Dan para pensar en aquello de que «un hombre, un voto» debe ser el principio básico de la grandeza de la democracia. Aunque después de la inmersión en el costumbrismo surrealista tan propio de lo hispano llegue uno a barruntar que ese principio sea también su mayor miseria. Once horas en esas es una jornada particular que dan para reflexionar sobre la diferencia entre hombre y ciudadano.

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