Diario de León
León

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La primera vez con una multa de tráfico te deja un cuerpo de humillación del que sólo sales con ayuda de especialistas. El peso del arma coercitiva del que tiene el poder cogido por el mango obliga en algunos casos a sesiones de terapia para recuperar la confianza y abandonar la depresión que le acomete a un alma callejera cuando se ve en la tesitura de que su palabra vale menos ante la justicia que la de uno con uniforme y gorrina de plato. La segunda vez que te tropiezas con un golpe de vista de esos que se toman como prueba de cargo por obra y milagro de Alfredo el legislador, que osado quiso ser presidente del Gobierno, pasas a engrosar la lista de bandidos criminalizados a la hora de ir al trabajo. La tercera vez que te tratan como a un delincuente los chicos de Alejo entras ya en el limbo de incrédulos que se piensan dos veces volver a acercarse a un agente, no vaya a ser que se ponga del lado de la ley.

Los indignados de este tipo son ejército, un gentío que madruga rebelde para dar de comer a la familia y, a la vez, alimentar la dragadora de la administración, que ha hecho de los cinemómetros y fregonetas —antiguos monovolumen— rotuladas con las demoniacas siglas D G T, de los vehículos de lujo con hombres vestidos de fosforito, auténticas máquinas de imprimir billetes. Alguien tiene que pagar la factura.

La multa es una forma de hacer carrera política como otra cualquiera. Hay gente que desde que empezó en la vida pública se hinchó a firmar sanciones de tráfico y se acicala ahora para pasar al limbo y ser secretario provincial de un partido político, que no deja de ser una purga y una manera de devolver a la sociedad una parte de lo que arrampló con el deber del cargo. Luego llegan los lamentos porque si hay algo que tiene la víctima es memoria selectiva, y no va a estar la cosa para dar votos a un tipo que durante cuatro años, sistemáticamente, se encargó de freír al prójimo con este tipo de recetas. Allá el partido si elige a un ser que le resplandecen los dientes por donde le goteaban los colmillos hasta la pasada primavera.

La presión recaudadora de la multa no cesa, sin embargo, con el cambio de gobierno. Sólo basta ver la división que tiene al mando al sargento Gavilanes colgada de la máquina podadora de Saenz de Miera. Cuando pasen, sonrían al pajarito.

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