Diario de León
Publicado por
MARTÍNEZ SIMANCAS
León

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Cuando la crisis del euro pase, (si antes ella no pasa de nosotros y nos liquida), habrá que reeditar unos modernos cuentos de Rinconete y Cortadillo en los que tengan lugar y espacio aquellos que han hecho de la crisis su peculiar chiringuito especulativo. No cabe duda de que somos un país de economía creativa, no en vano cerca del 17% del PIB es economía sumergida según un informe de Funcas.

En esa lista de ilustres por la cara hay que incluir al afamado Teddy Bautista que a base de esquilmar bares, peluquerías y fiestas populares, —y en general todo aquello que se pudiera silbar—, logró amasar una fortuna que manejó a su antojo según denuncia la auditoría externa encargada por la Sgae. El personaje tiene un toque también de mago Houdini porque logró esconder 145 millones de euros. O tiene un colchón muy mullido en su casa o hay que reconocerle un talento para la contabilidad que no es común entre el resto de los mortales. Y todo en las narices de los diferentes titulares de Cultura que fueron incapaces de notar desviaciones de fondos, números que bailaban, o un patrimonio en exceso floreciente que se fraguaba alrededor de Teddy y su cueva.

La popularidad de Tedy Bautista puede estar a la altura de la que tuvo Julián Muñoz cuándo salía con los pantalones «sobaqueros» en una carreta en El Rocío, es sin duda el personaje «perverso y malo» en una España de culebrón que igual abandona a Muñoz ante la puerta de la penitenciaria que encumbra a Isabel Pantoja como la abuela que luego no fue. Y a pesar de tenerlo todo en contra Teddy ha demandado a la Sgae por lo que considera despido improcedente.

Nos queda preguntarnos qué hubiera sido de la Sgae si en lugar de dedicar Tedy todos sus recursos a trabajar «para el mal» se hubiera ocupado de sus representados, de sus asociados: de los músicos. Menuda cueva organizó Tedy y de qué manera supo repartir el botín en el garaje encima del capó como mandan los cánones de la novela negra, (y a ser posibles mal iluminados por un casquillo con una bombilla de veinte watios). Pero ni así se equivocó, fue capaz de trincar a beneficio propio pero sin el honor de haber sido el primero, ni la vergüenza de ser el último. Vergüenza, por cierto, poca.

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