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LA VELETA

Europa: en busca del tiempo perdido

Publicado por
ANTONIO PAPELL
León

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Francisco Rubio Llorente explicó hace años en un memorable ensayo en Claves las múltiples facetas del debate sobre la integración de Europa inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, que tuvo lugar entre federalistas y funcionalistas, entre Altiero Spinelli y Jean Monnet. Aquel debate concluyó con los Tratados de París y Roma y el triunfo de las tesis de Monnet, a quien, en palabras de Spinelli, corresponde por eso el mérito de haber puesto en marcha la unificación de Europa y la culpa de haberlo hecho por un camino equivocado. Los términos de la opción siguen siendo hoy los mismos: Federación o Comunidad; Estado Federal o Unión de Estados.

Pues bien: aquel triunfo de Monnet fue fecundo y permitió un desarrollo creciente de la idea de Europa. hasta que en 1992, en Maastricht, se funda la Unión Económica y Monetaria y comienza el viaje hacia el euro.

La unión continental, que había avanzado por el procedimiento de ir acentuando la integración económica, que a su vez iba proporcionando cada vez mayor cohesión política, decidía dar el gran paso de la constitución de una divisa común. Pero la superestructura política de la UE no vio, a pesar de los avisos que le llegaron de muy diversas procedencias, que aquella ambiciosa operación sería extremadamente frágil si no se superaban las tesis fundacionales de Monnet —las de la simple Unión de Estados— para abrazar abiertamente las de Altiero Sipnelli —la Federación Europea—, al menos por parte de los países que se integraran en la moneda única.

Francia y Alemania, que representan aproximadamente la mitad de la Unión en PIB y potencia demográfica, han tardado tres años tras el estallido de la crisis en percatarse de la inexorabilidad de esta evidencia, y, parecen finalmente convencidos de que no hay otro camino: habrá que reformar los Tratados para que la solidaridad interna en el Eurogrupo se sustente sobre una estricta disciplina fiscal y presupuestaria. Esta reforma de Europa se iniciará probablemente mediante acuerdos intergubernamentales, según el modelo de Schengen, para ir después a la reforma propiamente dicha de los tratados constituyentes, del Tratado de Lisboa en particular, mediante el siempre lento y delicado proceso de adhesión de los Estados tras el refrendo parlamentario y, si procede, el a veces inevitable referédum

Para bien o para mal, estas ideas, que parecen poco controvertibles, son alemanas: ha sido Merkel, probablemente persuadida por el potente establishmment de su país, quien se ha negado a los parcheos. Sarkozy lo reconoció así implícitamente al aceptar su corresponsabilidad en el proyecto y admitir que ya no es posible disfrutar de las ventajas de la integración sin hacer real la unidad de poder económico en una verdadera gobernanza europea.

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