EL BAILE DEL AHORCADO
Inmolación y legitimidad
Dejando a un lado las palabras del poeta, que ofició de San Juan entre los paganos recordando que en el principio era el Verbo, el acto del martes en la Diputación fue absolutamente prescindible. Al menos en años anteriores teníamos la guasa de Eduardo Fernández representando como bufón en una celebración que al común le interesa tanto como a los oficiantes de los Guzmanes: nada. Palabras vacías y gestos irrelevantes, una fiesta dominada por la soberbia de unos pocos que siguen mirándose al ombligo en medio de un incendio. Pero claro, ellos son los elegidos por Dios y pueden observar desde la lejanía cómo mueren los ciudadanos por las llamas de Sodoma y Gomorra.
Yo estoy a salvo, parecen repetirse cada mañana al mirarse al espejo. Por eso no muestran empatía ni se compadecen de los muertos. En principio erat verbum. Resulta que aquí, en España, esa palabra debería haberse reformado hace muchos años y, sin embargo, seguimos rindiéndole pleitesía como si se tratara de una vaca sagrada, el becerro de oro, cuando nuestra única tabla de la ley debería ser la separación de poderes y la igualdad (no igualitarismo) de los ciudadanos. La Constitución lleva demasiado tiempo siendo un texto moribundo que cumplió ya su papel y que necesita mutar en una nueva alianza, una que devuelva a la palabra elector su verdadero significado, que acabe con la dictadura de los partidos y las servidumbres de las comunidades autónomas; un nuevo acuerdo en el que los firmantes ya no estén cohibidos por el miedo a una regresión, en el que se conviertan en agentes activos de su propio destino, responsables y sin clientelismo; un pacto entre mayores de edad, sin tutelas de ningún tipo, en el que libertad implique responsabilidad y acogerse a sagrado no sea potestad de nadie. El consenso de 1978 debería estudiarse en los libros de texto, pero nada más.
La sociedad ha avanzado en los últimos treinta años y la foto de la Constitución se ha ido nublando por la luz mortecina del tiempo. Un ejemplo: la legitimidad del sistema electoral. Mientras los burócratas de los partidos sean los que realmente decidan quién gobierna y quién legisla, España seguirá muy lejos de ser una democracia. El destino de la Constitución debería ser el de las Cortes orgánicas franquistas, la inmolación.