Diario de León

TRIBUNA

¿Los hombres, el sexo débil?

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Vivimos en un mundo convulsionado y de profundos cambios que, con frecuencia, nos envuelven en una nube, la cual nos impide ver la dirección en que caminamos. Uno de esos cambios, de enormes consecuencias personales y sociales, es la caída del sistema patriarcal que ha sostenido, durante milenios, el dominio del varón, no solo sobre la mujer, sino sobre el resto de la naturaleza. Y las señales de luz aparecen, de vez en cuando, como la reciente publicación del libro Hombres, el sexo débil y su cerebro, del neurocientífico alemán, Gerald Hüther. Su mismo título es sorprendente y, para algunos, inadmisible, por cuanto estábamos habituados, hasta ahora, a oír hablar de que el sexo débil es la mujer. Así ha vivido la humanidad, desde tiempos inmemoriales, convencida de la inferioridad del sexo femenino.

Es enormemente satisfactorio comprobar cómo los avances de la ciencia traen luz, de vez en cuando, a esta humanidad desorientada y que ha vivido, durante miles de años, bajo esquemas mentales y sociales erróneos (como éste de la superioridad del hombre sobre la mujer), los cuales han originado —y continúan originando— enormes injusticias sociales y graves sufrimientos, sobre todo a niñas y mujeres, en todo el mundo.

Según Amnistía Internacional, la violencia hacia la mujer es la violación de derechos humanos más extendida en el mundo. Pero he aquí que, además de las investigaciones a las que hoy nos referimos, han surgido —en las democracias occidentales, sobre todo— fuertes y firmes movimientos sociales, desde hace varias décadas, que reivindican los mismos derechos y la igualdad social para mujeres y hombres, basándose en los documentos internacionales de derechos humanos.

En cuanto a esas investigaciones, en el campo de la masculinidad y la feminidad, sorprenden porque están demostrando —como decimos— justamente lo contrario de lo que se había creído hasta ahora, resultando que el sexo débil es el hombre. «¡Es imposible!», dirán los más reaccionarios. Pero Hüther, un reconocido investigador en este campo, lo deja bien claro: «El hombre es el sexo menos estable y más dependiente de apoyo exterior», afirma. Y no son afirmaciones gratuitas, sino ciencia comprobada. Lean, si no, su libro. Si hacemos un poco de memoria, no es la primera vez que la humanidad ha vivido en el error, ni hemos de rasgarnos las vestiduras, por ello, pues es de sobra sabido que aprendemos a través de los errores, como reconoce el físico D. Bhom: «A través de los errores que cometemos es como podemos aprender, cambiarnos a nosotros mismos y cambiarlo todo».

Pero no es Hüther el primero en hablar de esta manera. Hace cerca de cuarenta años, el psicólogo junguiano, Pierre Daco, escribió un libro ( Comprendre les femmes et leur psychologie profonde , tristemente no traducido al español, que sepamos), donde hace un profundo análisis de la feminidad y la masculinidad. P. Daco rompe con los prejuicios que nos habían hecho ver la feminidad como algo pasivo, débil y ñoño, y la masculinidad, como algo activo y fuerte. Ya entonces decía: «Nadie es capaz de precisar lo que significa ser un hombre, ser una mujer… En cualquier matrimonio, ¿quién desempeña el papel activo? ¿La mujer? ¿El hombre? ¿Quién se deja guiar? ¿Quién es fuerte? ¿Quién es débil?» Hoy, también G. Hüther se pregunta «¿Por qué son los hombres como son?», y trata de desmontar las concepciones arcaicas de la masculinidad, como la violencia, el poder o la dominación.

Con casi 40 años de diferencia, Daco y Hüther vienen a coincidir en que hemos vivido en un craso error: el sexo débil no es la mujer, sino el hombre. Ambos autores se complementan uno a otro. Así, mientras P. Daco resalta la feminidad, dado que era algo desconocido y deteriorado, en nuestra sociedad, y de soslayo habla de la masculinidad, G. Hüther se centra en esa masculinidad mal conocida y se adentra en ella para demostrar los prejuicios y errores que la humanidad ha arrastrado hasta el presente.

Esto no es fácil de asumir, ciertamente, por parte de muchos hombres y también —quizás— algunas mujeres, pero no queda más remedio que aceptarlo, de lo contrario seguiríamos viviendo en el error. Por otra parte, algunos hombres y muchas más mujeres ya sabían algo así, desde hace tiempo. ¿Es que no hemos comprobado el verdadero valor de la mujer, en las situaciones más difíciles de la vida? ¿No ha sido ella —y sigue siendo— el principal sostén de la familia, tanto en los países pobres como en los ricos? ¿No tiene —la mujer— una mayor fuerza de voluntad y mayor capacidad de sufrimiento, de entrega y sacrificio? Pues reconozcámoslo y dejemos que ella ocupe el lugar que le corresponde en la familia y la sociedad, pues de ello resultará un gran bien para todos.

Los hombres ya han escrito una historia bastante triste, injusta, violenta y egoísta, y demasiado larga. Permitamos a la mujer que, con su especial capacidad para las relaciones sociales y para cooperar más que competir, para comprender en vez de imponer, ponga un nuevo sello a este mundo masculino y machista, tan frío e inhumano, a punto de estallar como consecuencia de las profundas injusticias y los abusos sociales cometidos por los hombres, desde los diferentes poderes político, económico y religioso.

Nuestro mundo reclama con urgencia la presencia de lo femenino para traer equilibrio y armonía a la balanza de la vida humana que lleva tanto tiempo desestabilizada, pero —en ningún caso— para llevar la balanza al otro extremo.

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