CON VIENTO FRESCO
Antonio Canedo
Hubo un tiempo, que Philipe Ariés denomina el de la muerte domesticada, en el que el hombre moría sabiéndolo y, en su casa, rodeado de sus amigos y deudos se preparaba para ello y los preparaba. Las muertes repentinas, especialmente las de personas aún jóvenes, son auténticos dramas para la familia y los amigos. La expresión del drama, sentido o representado, no tiene como escenario la casa familiar sino el tanatorio, que no es el lugar donde se muere -tánatos, muerte- sino donde se vela el cadáver. Lo hemos comprobado la pasada semana con la muerte de Antonio Canedo, al que un aneurismo segó la vida sin remedio con tan solo 58 años. Creo que nunca se vió en Camponaraya, de la que Toño Canedo fue alcalde desde 1983, un duelo semejante en el tanatorio ni unas exequias tan concurridas en la iglesia parroquial.
Sentido o representado, el sepelio multitudinario fue un signo elocuente del reconocimiento público a su persona y a su labor como alcalde. Canedo fue uno de los alcaldes leoneses más longevos, al ser mayoritariamente elegido una y otra vez, incluso en el pasado mes de mayo cuando se abatió sobre el PSOE una de las derrotas más sonadas. Él resistió el batacazo que, en los alcaldes, dieron los votantes a la política de Zapatero. No fue la victoria de un socialista sino la de un político pragmático, pues nunca tuvo una ideología fuerte ni fue un sectario; fue un político práctico, eficiente, dialogante y buen negociador con todas las instituciones, del color que fuesen, siempre que reportaran algo para su municipio. No quiero decir que no fuera un político socialista; lo fue y tan intrigante como muchos de sus compañeros, cabeza de una de las familias del partido en el Bierzo, lo que le llevó a los bancos de Senado, del que fue desbancado con malas mañas en estas últimas elecciones del mes de noviembre.
No se le recordará como socialista, sino como un buen alcalde de Camponaraya, municipio al que, por todos los medios, quiso convertir en referente comarcal. Después de controlar en dura liz a la junta vecinal, propietaria de mucho terreno agrícola poco rentable y que le opuso serios obstáculos —incluso provocando una salida temporal de la alcaldía—, Toño Canedo supo utilizar ese recurso para favorecer la construcción de viviendas sociales, que aumentaron la población del municipio; y aún más dedicarlo a la creación de un gran polígono industrial en el que se han asentado numerosas empresas, que generan hoy jugosos ingresos al ayuntamiento. También luchó por arrebatar a Cacabelos, villa con la que mantuvo siempre una rivalidad enconada, la tradición ferial de aquella, con ferias de caballos, perros, antiguedades, etcétera. Su último proyecto fue el centro de interpretación de la viña y el vino, del que se iba a poner estos días la primera piedra. ¡Descansa en paz!
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