CUARTO CRECIENTE
La calle es nuestra
Aquí robaron niños al nacer y luego enterraron sudarios vacíos en los cementerios. Lo estuvieron haciendo hasta ayer. Y alguien se lucraba con ello. Ricardo Magaz, profesor de Fenomenología Criminal, cita a las asociaciones de afectados para afirmar que desde la Guerra Civil y hasta los años ochenta, (hasta ayer) trescientos mil niños fueron robados de los hospitales y adoptados al margen de la ley. «Lo que había comenzado como represión política, prosiguió como vil negocio mercantilista», ha escrito en este periódico.
Aquí mataron gente. Hasta ayer. Y los muertos vinieron de la maquinaria del Estado. Siendo Fraga ministro de la Gobernación en 1976 —con Franco muerto, pero todavía sin Constitución— la policía disolvió a tiros una asamblea de huelguistas en Vitoria. Dejaron cinco muertos, pero no hubo detenciones entre los agentes, ni dimisiones. Y a Fraga —que nunca acepto haber dicho que la calle era suya, pero que en su etapa de ministro de Información ya había amparado el fusilamiento de un líder comunista y había filtrado el falso suicidio de un estudiante que repartía pasquines antifranquistas— se le ha enterrado con honores de hombre de Estado por llevar a la derecha al redil de la democracia. Sin renegar de su pasado.
Pero hay para todos. Aquí seguimos sin saber quién fue la X de los GAL, aunque lo sospechemos y un ministro del Interior como Barrinuevo acabara en prisión, salpicado por la guerra sucia contra ETA.
Aquí, sí aquí, seguimos sin conocer todo lo que sucedió el 23-F, ese golpe de Estado fallido que desactivó los últimos rescoldos de la caverna de franquismo.
Aquí, en este país, tenemos al yerno del rey aprovechándose de su real posición para ganar dinero con negocios dudosos. Aquí. Hoy.
Y aquí, ahora mismo, mientras escribo, están juzgando a un juez que investigó la corrupción y las fosas de Franco. Se llama Baltasar Garzón y ya no ejerce porque sus enemigos han logrado sentarle en el banquillo de los acusados. Aquí, ahora, en este país de indignados. ¿Y qué podemos hacer ante todo esto? La respuesta, sin duda, está en la calle. Porque la calle, don Manuel, es nuestra.